lunes, 20 de diciembre de 2010

Dos poetas señalados por la guerra: Hernández y Rosales

http://mas.laopinioncoruna.es/suplementos/2010/04/17/dos-poetas-senalados-por-la-guerra-hernandez-y-rosales/
Escrito por Ignacio Gracia Noriega el 4/17/10 • En la Categoría Saberes

Miguel Hernández.

Miguel Hernández y Luis Rosales, ambos nacidos en 1910, son dos poetas señalados por la guerra de 1936-39, en la que ambos participaron desde frentes distintos. Para Miguel Hernández, la guerra significó el principio del fin, y para Rosales el principio de larga trayectoria literaria que incluye el ensayismo y la crítica literaria. A Miguel Hernández le afecta directamente la gran tragedia de la guerra, a Rosales le salpica la tragedia de otro poeta, Federico García Lorca.
A comienzos de 1936, Miguel Hernández era un poeta hecho. Había tenido que trabajar la tierra en su juventud y había sido pastor de cabras, lo que incrementó su leyenda de manera muy favorable. Publica sus primeras composiciones en un periódico de Orihuela el año 1932 y colabora después con Ramón Sijé en El Gallo Crisis. Al trasladarse a Madrid en 1934 es acogido por el mundo literario (Aleixandre, Bergamín, Neruda, José M.ª de Cossío, etcétera), como un elemento exótico. Se le abren las puertas de la revista Cruz y Raya y se da a conocer en la capital con el auto sacramental Quién te ha visto quién te ve o Sombra de lo que eres, que confirma la excelente impresión causada por su primer libro de versos, Perito en lunas, publicado en Murcia en 1933.
Por el título podría suponerse un poeta lunar, a la manera de Jules Lafargue o del argentino Lugones; mas, sorprendentemente, este poeta pastor emplea métrica renacentista y elocuente retórica barroca, y son claras en él las influencias de Garcilaso y Góngora. El contraste entre el verso y su contenido se manifiesta con mayor evidencia en su libro siguiente, El rayo que no cesa, de poderosa influencia sobre la poesía posterior. Parece un contrasentido, pero este poeta elemental se expresaba como un clásico. A ello contribuyeron sus lecturas: José M.ª de Cossío, que por entonces preparaba su monumental y enciclopédica obra sobre los toros, le encomendó que rastreara elementos taurinos en la poesía de los siglos XVI y XVII. La oposición entre el conceptismo y el culteranismo no era sólo literaria: también se manifestaba en otro tipo de incompatibilidades, Góngora taurófilo, Quevedo antitaurino.
Con la guerra este poeta sonoro y visual se vuelve a lo que aspiraba ser en aquellas dramáticas circunstancias, el poeta del pueblo y para el pueblo, que cambia el soneto por el romance, el cayado de pastor por la pistola, ser poeta por ejercer de comisario político. Son los tiempos de la poesía de combate de Viento del Pueblo, a la que seguirá la elementalidad de las Nanas de la cebolla, pura emoción y congoja de lirismo fino como el aire y recio como la tierra.
Miguel Hernández fue uno de los tres poetas víctimas de la Guerra Civil y formó trío con García Lorca, el fusilado, y Antonio Machado, el desterrado. Murió en la cárcel de Alicante de tuberculosis en 1942. Otros poetas del otro bando también fueron asesinados o encarcelados, pero a éstos no se los recuerda, ni antes ni ahora. Hernández tuvo un gran prestigio; luego, cuando dejó de ser utilizado como bandera contra la dictadura, se dejó de hablar de él. Luis Rosales había formado parte, como Hernández, del grupo de Cruz y Raya. Publica su primer libro en 1935: Abril. En julio de 1936 se encontraba en Granada, que era donde no debería haber estado García Lorca, el cual ante el aspecto que cobraban los acontecimientos se refugió en casa de los Rosales. Aunque éstos militaban de manera decidida en el bando nacional, no pudieron salvar la vida del poeta, cuya muerte cayó como una losa sobre Rosales.
El poeta y su familia están libres de toda culpa, aunque en algún momento se insinuaron maliciosas sospechas. La vida de Rosales queda vinculada a la muerte de Lorca como una tragedia más de aquella guerra atroz. Poetas muy distintos y excelentes poetas, Miguel Hernández y Luis Rosales debieran ser recordados por sus obras respectivas. Sobre estas obras planeó el negro fantasma de la guerra. Esperemos que con motivo de sus centenarios respectivos se vuelva a leer la poesía de ambos sin referencias históricas. Es algo que merecen uno y otro, el exaltado verso de Hernández, el cotidiano verso de Rosales.

sábado, 27 de noviembre de 2010

domingo, 17 de octubre de 2010

Miguel Hernández, la dignidad de un poeta sobre papel higiénico Publican los cuentos que escribió desde la cárcel en este material con motivo de la e

http://www.elcultural.es/noticias/LETRAS/922/Miguel_Hernandez_la_dignidad_de_un_poeta_sobre_papel_higienico
Miguel Hernández, la dignidad de un poeta sobre papel higiénico
Publican los cuentos que escribió desde la cárcel en este material con motivo de la exposición de la Biblioteca Nacional que conmemora su centenario




La literatura, como la vida, tiene sus paradojas. Miguel Hernández, preso en la cárcel de Alicante, con la tuberculosis carcomiéndole los pulmones y desesperado por la derrota de sus ideales en la guerra civil, escribía a su hijo unos cuentos sobre el único papel que tenía a mano: el papel higiénico de la enfermería. En total escribió cuatro relatos de esa precaria manera. “Son metáforas de la libertad”, explica José Carlos Rovira, experto en la obra del poeta oriolano. Dos de ellos, Un hogar en el árbol y La gatita Mancha y el OvilloRojo, no se habían editado nunca hasta ahora. La Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales (SECC) ha puesto fin a esa laguna, con una edición facsímil de ese testimonio de rebeldía frente a la clausura impuesta. Lo ha hecho con motivo de la exposición instalada en la Biblioteca Nacional, que conmemora el centenario de su nacimiento (el 30 de octubre de 1910) y que lleva por título La sombra vencida, tomado de uno de sus versos (Pero hay un rayo de sol en la lucha / que siempre deja la sombra vencida).

Así pues, esas letras furtivas -aunque de trazo legible y claro-, escritas a salto de mata sobre un material tan indigno, hoy, al cabo de casi siete décadas del desastre, son la pieza de mayor relumbrón de la muestra inaugurada esta mañana en la sede de la institución encargada de velar por nuestro patrimonio bibliográfico. Al acto ha asistido María Teresa Fernández de la Vega , la vicepresidenta del Gobierno. En su intervención se atrevió a recitar unos versos del poeta: “Dejadme la esperanza, dejadme la esperanza cuando el odio se amortigua detrás de la ventana...”, para añadir acto seguido que “sobre esa esperanza a la que cantó nos despojamos de la España doliente encerrada y ensimismada y nos convertimos en un pueblo con las mismas ilusiones que las democracias mas avanzadas de nuestro planeta". Además, De la Vega anunció que en el próximo Consejo de Ministros el Ejecutivo aprobará la creación del Premio Nacional de Poesía para Jóvenes Miguel Hernández. Por su parte, Ángeles González-Sinde, ministra de Cultura, destacó la supervivencia de su obra gracias a que sus lectores “no consintieron nunca que la borrasen”.

De esa obra y también de su vida, tan fundidas la una con la obra en el caso del autor de Perito en lunas, da cuenta la exposición de la Biblioteca Nacional. Su comisario, José Carlos Rovira, las ha dividido en cuatro etapas. La primera refleja su niñez, con diversas fotografías del parvulario Nuestra Señora de Monserrate y de las escuelas para pobres del Ave María y con libro con de sus calificaciones escolares. Su formación quedó truncada por el designio paterno de involucrarlo cuanto antes en las tareas del campo. A los 15 años tuvo que dedicarse al pastoreo, pero siguió cultivando su pasión por la literatura de forma autodidacta. La figura del canónigo Luis Almarcha fue clave en la perseverancia de la lectura pues le prestaba los libros de su biblioteca. En ese tiempo se acuñó el mito que le acompañaría ya para siempre, el del poeta-pastor. Miguel Hernández nunca rechazó esta etiqueta. Incluso llegó a escribir: “Leer y hacer versos e inclinarse sobre la tierra, o sobre las cabras, son la misma cosa”.

Luego vino Madrid (segunda escala de la exposición). “Esta ciudad es fundamental para él, porque cambia su manera de escribir al entrar en contacto con la vanguardias artísticas”, explica Rovira. En la exposición está la maleta desgastada que utilizó para el viaje hacia su sueño de ser un poeta con todas las consecuencias. Pero los comienzos en la capital fueron muy duros. Hambre, pobreza y frió mermaron su vocación por un tiempo, hasta que Neruda y Aleixandre relanzaron su figura. En la Biblioteca Nacional pueden verse algunas primeras ediciones de sus poemarios Perito en lunas (1933) y El rayo que no cesa (1936), aliñados con pinturas de Maruja Mallo, Ramón Gaya, Gutiérrez Solana...

Entonces estalló la guerra y Miguel Hernández no quiso esconderse en la retaguardia. Podemos ver su ficha de alistamiento al célebre 5° Regimiento. También se afilia al Partido Comunista. Batalla en Madrid, Andalucía, Extremadura... Con fervor y confianza al principio, arengando a sus compañeros en el frente. Viento del pueblo (1937) recoge ese sentimiento de rabia contra fascismo y esperanza en la victoria. Pero los acontecimientos poco poco le van arrebatando la fe en el triunfo. El hombre acecha, escrito en los últimos compases del conflicto civil, trasluce ya de manera manifiesta su pesimismo. De estos días de trinchera y desvelos queda un documento de valor incalculable, milagrosamente conservado por su mujer, Josefina Manresa. Son los manuscritos del Cancionero y romancero de ausencias. Ver esos escritos, tan de cerca, con toda la carga dramática de historia política y literaria que poseen, es una experiencia emocionante.

Intentando huir de la represión es detenido al sur de Portugal. Empieza ahí su calvario por distintos penales de toda la península (cuarta y última etapa). En la Biblioteca Nacional se exhiben el puchero y el cuenco con el que le pasaban la comida sus familiares. De poco sirvieron sus atenciones. El cerrilismo de sus carceleros impidió que se le diera la asistencia sanitaria debida para su enfermedad y poco a poco toda su ansia vital se fue marchitando entre los barrotes de su celda. La poca fuerza que le quedaba la utilizó para garabatear unos trozos de papel higiénico. Se acordaba de su hijo y sólo así podía estar cerca de él. Tristes guerras, tristes, tristes.

miércoles, 13 de octubre de 2010

Las contradicciones del segundo proceso a Miguel Hernández Cerdán Tato aporta documentos inéditos sobre el otro expediente judicial al poeta

http://www.elpais.com/articulo/Comunidad/Valenciana/contradicciones/segundo/proceso/Miguel/Hernandez/elpepiespval/20101003elpval_11/Tes?print=1
Las contradicciones del segundo proceso a Miguel Hernández
Cerdán Tato aporta documentos inéditos sobre el otro expediente judicial al poeta

EZEQUIEL MOLTÓ - Alicante - 03/10/2010

El segundo proceso judicial en el que se vio inmerso el poeta Miguel Hernández había pasado hasta ahora prácticamente desapercibido. El tesón del escritor alicantino Enrique Cerdán Tato ha puesto sobre el tapete la historia de este segundo calvario por el que pasó el poeta del pueblo, con documentos inéditos recopilados en una publicación sobre esos hechos.

El segundo proceso judicial en el que se vio inmerso el poeta Miguel Hernández había pasado hasta ahora prácticamente desapercibido. El tesón del escritor alicantino Enrique Cerdán Tato ha puesto sobre el tapete la historia de este segundo calvario por el que pasó el poeta del pueblo, con documentos inéditos recopilados en una publicación sobre esos hechos. La tesis fundamental que esgrime el autor en su publicación es la descoordinación entre las autoridades civiles y militares del momento.

Del estudio minucioso y detallado de los documentos judiciales, militares y personales sobre el encarcelamiento y condena al poeta Miguel Hernández, el escritor y periodista Enrique Cerdán Tato llega a la conclusión de que hubo "una gran descoordinación" entre las autoridades civiles y militares en los dos procesos judiciales, paralelos, que el régimen franquista emprendió contra el poeta. El próximo miércoles en el Ayuntamiento de Elche se presenta el libro El otro sumarísimo contra Miguel Hernández, editado por el Ayuntamiento ilicitano, con motivo del centenario del nacimiento del poeta.

El estudio de Cerdán Tato aporta muchos documentos originales, escaneados y que el lector puede consultar, y reconstruye con detalle, con nuevas declaraciones y datos, el segundo expediente judicial contra Miguel Hernández, que abrió un juzgado militar de Orihuela, luego se inhibió a favor de otro de Elche y allí pasó a sendos tribunales de Alicante. "Han sido ocho meses de trabajo intenso y de intentar poner orden en esta espiral incomprensible de contradicciones", afirma el escritor que no alcanza a entender los motivos por los que el régimen franquista mantuvo abiertos sendos procesos judiciales contra el poeta. Entre el material inédito que se publica ahora figura un aval al poeta presentado por el falangista Juan Bellod, así como otros testimonios "que de haberse conocido antes hubieran podido cambiar el rumbo del proceso judicial".

A pesar de ser requerido por el juzgado militar de prensa de Madrid, que instruía la causa principal, ninguna de las declaraciones recabadas en Orihuela se incorporaron al expediente inicial. Así, el segundo proceso se desarrolló de forma paralela al primero y con "irregularidades en su tramitación". Según Cerdán Tato, el análisis de estos documentos hubiera permitido reforzar la petición de anulación de la pena al poeta por "defectos de forma, ya que no puedes mantener dos causas abiertas por un mismo delito", asegura el escritor. La investigación de Cerdán Tato ha servido tanto a la familia del poeta como a la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica para incorporar nuevos argumentos al recurso presentado ante el Tribunal Supremo en el que piden la "revisión y nulidad" del proceso sumarísimo contra Miguel Hernández.

No obstante, todavía planean interrogantes sobre el periplo del literato de cárcel en cárcel y de penal en penal, o los motivos o las personas que influyeron para que Miguel Hernández saliera de prisión, en 15 de septiembre de 1939, y luego de nuevo fuera detenido en Orihuela, el 28 de septiembre de ese mismo año. "Y es aquí, en su tierra natal, donde peor le trataron en la cárcel", lamenta el cronista Enrique Cerdán Tato.

El fiscal pide la nulidad de la condena al poeta oriolano

El fiscal pide la nulidad de la condena al poeta oriolano

EFE - Madrid - 07/10/2010

La fiscalía ha pedido al Tribunal Supremo (TS) que declare la nulidad e inexistencia jurídica de la sentencia que en 1940 condenó a muerte al poeta Miguel Hernández, ya que actualmente carece de vigencia jurídica debido a su declaración de ilegitimidad derivada de la Ley de Memoria Histórica. El fiscal Fernando Herrero-Tejedor ha remitido a la sala de lo Militar del TS un escrito, en el que se opone a que se le otorgue autorización a una nieta de Hernández para interponer recurso de revisión contra dicha resolución: "No puede revocarse una sentencia que ya no se halla vigente", dice el fiscal.

"La sentencia cuya revisión se pretende carece hoy de vigencia jurídica por resultar nula de pleno derecho, lo que convierte la presente solicitud de revisión en un proceso sin objeto", añade. El poeta fue condenado a muerte por adhesión a la rebelión en sentencia dictada por el Tribunal de Prensa de Madrid en el procedimiento sumarísimo de urgencia 21.001.

La familia desea recuperar el buen nombre del poeta y ha pedido al Supremo que anule la sentencia en virtud de nuevas pruebas. "Tal objetivo se halla ya cumplido tras la promulgación de la Ley de Memoria Histórica", explica el fiscal.

Ricardo Fuente retraró a Miguel Hernández en el Reformatorio de Alicante en 1941.


Ricardo Fuente retraró a Miguel Hernández en el Reformatorio de Alicante en 1941.

Papel de váter para seguir siendo un hombre libre

HISTORIA
Papel de váter para seguir siendo un hombre libre
Se publican dos cuentos inéditos que Miguel Hernández escribió en papel higiénico cuando estuvo preso en Alicante

JESÚS MIGUEL MARCOS MADRID 10/10/2010 08:30 Actualizado: 10/10/2010 12:15

Las curas en la enfermería del Reformatorio de Alicante eran espantosas. Con los pulmones inundados de pus, aquejado de una neumonía profunda y con el estado de ánimo destrozado, Miguel Hernández sabía que se estaba muriendo y que nadie iba a hacer nada por impedirlo. Miguel, el poeta cabrero, que pensaba que contra él no podía haber nada, había subestimado a sus enemigos. Podía haber huido, podía haberse retractado, pero se empeñó en agarrarse al clavo ardiendo en que se habían convertido sus principios y, a finales de 1941, ya se estaba abrasando.

Iba a caer al precipicio y sus fuerzas físicas y mentales se concentraban ya en lo verdaderamente importante y esencial, que en su caso era el amor por su mujer Josefina y su hijo Manuel Miguel. A ella le había entregado, en el lapso de tiempo entre su salida de la cárcel de Madrid y su nueva detención en Orihuela, la primera parte del Cancionero y romancero de ausencias, donde ya derramaba versos grabados a fuego en su carne, como "Yo que creí que la luz era mía, / precipitado en la sombra me veo". Y siempre sabiéndose libre, aunque el sol le pegara en la frente a través de una fila de barrotes: "Libre soy, siénteme libre, solo por amor", escribía.

Sabía que se estaba muriendo y que nadie iba a hacer nada por impedirlo

A falta de otro material, en Alicante Miguel Hernández utilizó el papel higiénico para escribir, con su caligrafía refinada a pesar del medio, sus últimos textos. Se trataba de cuatro cuentos, dos de los cuales (Un hogar en el árbol y La gatita mancha y el ovillo rojo) han permanecido inéditos hasta ser publicados en el catálogo de la exposición Miguel Hernández. La sombra vencida, organizada por la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales (SECC) e inagurada esta semana en la Biblioteca Nacional de Madrid. La edición es un facsímil que reproduce su origen tal y como se encontró: varias hojas de papel higiénico de 12 por 19 centímetros, cosidas por un hilo de color ocre.

"Miguel decía que eran traducciones de cuentos ingleses, pero yo no me lo creo, principalmente porque en la cárcel no tenía acceso a esos libros. Seguramente decía que eran traducciones para sortear la censura", explica José Carlos Rovira, comisario de la exposición.
Guardados en secreto

Utilizó la tapa de una lechera para sacar de la cárcel cartas a Neruda

El potro oscuro y El conejito son los otros dos cuentos que escribió en la libreta de papel higiénico. Fueron publicados con posterioridad junto a ilustraciones de Eusebio Oca, artista que compartía prisión con él y que fue el que finalmente sacó los cuentos cuando fue puesto en libertad en 1943. Eusebio le dio el material a su hijo, Julio Oca, que los mantuvo en secreto hasta su muerte.

La belleza de estas fábulas, está en la manera en que Hernández intenta explicarle a Manolillo, como llamaba a su hijo, lo que es la libertad. El conejito cuenta la historia de un pequeño conejo que se cuela en un huerto donde se da un atracón de comida y del que luego no puede salir. Al aparecer un perro agresivo, el conejo huye corriendo hasta encontrar un agujero y llegar sano y salvo a los brazos de su madre. "Son metáforas de la libertad escritas por alguien que desea sentirla y que los otros la sientan", subraya Rovira.

En esa etapa que va de julio de 1941 a marzo de 1942, cuando fallece de tuberculosis, Miguel Hernández completa el Cancionero y romancero de ausencias y mantiene correspondencia con Aleixandre y Neruda. Para enviar esos escritos, utilizó la tapa de una lechera en la que su mujer, Josefina, le llevaba alimentos. A él le alimentaban con leche, y él alimentaba a los de fuera con palabras de libertad.
http://www.publico.es/culturas/340806/papel-de-vater-para-seguir-siendo-un-hombre-libre/version-imprimible

martes, 5 de octubre de 2010

http://www.poesi.as/Miguel_Hernandez.htm

La Semana de la Poesía recordará a Miguel Hernández en su centenario

EL PAÍS - Bilbao - 06/10/2010

La Semana de la Poesía de Bilbao, que celebrará su novena edición del 14 al 24 de octubre próximos, dedicará un homenaje a Miguel Hernández (1910-1942) en el centenario de su nacimiento. El recuerdo de la figura del poeta alicantino consistirá en el recital Llegó con tres heridas (19 de octubre, 19.30; Biblioteca de Bidebarrieta) y en el espectáculo poético Versos presos-Para la libertad (30 de octubre, 20.00; Teatro Campos Elíseos).

La Semana de la Poesía arrancará con una conferencia del catedrático de Literatura Vasca de la UPV Jon Kortazar sobre la obra de Gabriel Aresti el 14 de octubre, fecha del nacimiento del poeta. En el acto, Juan Kruz Gurrutxaga recitará una selección de poemas de Aresti (Biblioteca de Bidebarrieta, 19.30).

Al día siguiente, Juan Carlos Mestre, Premio Nacional de Poesía 2009 por su poemario La casa roja, ofrecerá un recital, acompañado de su amigo el también escritor Jorge Riechmann (Biblioteca de Bidebarrieta, 19.30). Ya el día 16, la música y la poesía se unirán en el espectáculo Haragizkoa, en el que participan los músicos Rafa Rueda y Jaime Nieto junto con el escritor Edorta Jiménez (también en la Biblioteca de Bidebarrieta, 21.00).

La jornada del 18 de octubre estará dedicada a Blas de Otero. José Fernández de la Sota y la presidenta de la Fundación Blas de Otero, Sabina de la Cruz, presentarán Hojas de Madrid con La galerna, el libro que el autor no llegó a ver publicado y que se ha editado este año. El acto concluirá con un recital a cargo de Udane Goikoetxea, acompañada al arpa por Tiziana Tagliani (Biblioteca de Bidebarrieta, 19.30).

La poesía latinoamericana estará presente en el recital del 20 de octubre, con trabajos de la argentina Mercedes Roffé y la mexicana Valeria Mejer (Biblioteca de Bidebarrieta, 19.30). En los siguientes días intervendrán Fernández de la Sota y Pablo González de Langarika, y un grupo de autores jóvenes, entre quienes figurará la bilbaína Izaskun Gracia.

La jornada Encuentros reunirá el 23 de octubre al argentino Andrés Neuman con Kirmen Uribe (Biblioteca de Bidebarrieta, 19.30).


http://www.elpais.com/articulo/pais/vasco/Semana/Poesia/recordara/Miguel/Hernandez/centenario/elpepiesppvs/20101006elpvas_13/Tes?print=1

Más de una treintena de actos recordarán a Miguel Hernández hasta final de año Publicaciones, homenajes, exposiciones y conciertos se sucederán en la

http://www.diarioinformacion.com/cultura/2010/10/06/treintena-actos-recordaran-miguel-hernandez-final-ano/1051185.html
01:11


REDACCIÓN
El recuerdo de Miguel Hernández se intensificará en los próximos meses con más de una treintena de actos programados en su memoria en el último trimestre del Año Hernandiano. La Fundación Cultural Miguel Hernández tiene previstos 35 actos de homenaje en diez países y quince localidades españolas, la edición de más de una veintena de publicaciones, siete exposiciones y distintas colaboraciones con asociaciones y entidades culturales. Además de la exposición La sombra vencida, que llegará a Elche el 1 de diciembre, del 26 al 30 de octubre se celebrará el Congreso Internacional en Alicante, Elche y Orihuela.
La Asociación Cultural Orihuela 2010, a su vez, inaugura mañana con el presidente de la Fundación Pablo Iglesias, Alfonso Guerra, el ciclo Miguel Hernández en la sociedad y la cultura de su tiempo, que se celebrará en el Aula de la CAM de Orihuela. El ciclo se completará con las conferencias de estudiosos como Juan Cano Ballesta, José Carlos Rovira (presidente de la Comisión Nacional del Centenario) o el poeta Félix Grande, mientras que 21 de octubre Orihuela acogerá el concierto flamenco de El Lebrijano.
En colaboración con la CAM, la Fundación Miguel Hernández ha programado muestras de artistas como Antonio Ballesta, Eva Ruiz y Manuel Álvarez; conciertos de Oché Cortés, Wibert Aerts y Caridad Galindo; conferencia del actor Pablo Pineda y los profesores Eutimio Martín, Fanny Rubio o Jorge Urrutia y un encuentro con el poeta marroquí Abdellatif Laab. Entre las publicaciones, sobresalen nuevos títulos de la colección Contemporáneos a mano con obras de Pilar Blanco o Antonio Gracia; dos números de la revista El eco hernandiano, o las memorias inéditas de Augusto Pescador.

sábado, 26 de junio de 2010

Elena Laura pinta poemas



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EL SILBO DE AFIRMACIÓN EN LA ALDEA

Alto soy de mirar a las palmeras,
rudo de convivir con las montañas...
Yo me vi bajo y blando en las aceras
de una ciudad espléndida de arañas.
Difíciles barrancos de escaleras,
calladas cataratas de ascensores,
¡qué impresión de vacío!,
ocupaban el puesto de mis flores,
los aires de mis aires y mi río.

Yo vi lo más notable de lo mío
llevado del demonio, y Dios ausente.
Yo te tuve en el lejos del olvido,
aldea, huerto, fuente
en que me vi al descuido:
huerto, donde me hallé la mejor vida,
aldea, donde al aire y libremente,
en una paz meé larga y tendida.

Pero volví en seguida
mi atención a las puras existencias
de mi retiro hacia mi ausencia atento,
y todas sus ausencias
me llenaron de luz el pensamiento.

Iba mi pie sin tierra, ¡qué tormento!,
vacilando en la cera de los pisos,
con un temor continuo, un sobresalto,
que aumentaban los timbres, los avisos,
las alarmas, los hombres y el asfalto.
¡Alto!, ¡Alto!, ¡Alto!, ¡Alto!
¡Orden!, ¡Orden! ¡Qué altiva
imposición del orden una mano,
un color, un sonido!
Mi cualidad visiva,
¡ay!, perdía el sentido.

Topado por mil senos, embestido
por más de mil peligros, tentaciones,
mecánicas jaurías,
me seguían lujurias y claxones,
deseos y tranvías.

¡Cuánto labio de púrpuras teatrales,
exageradamente pecadores!
¡Cuánto vocabulario de cristales,
al frenesí llevando los colores
en una pugna, en una competencia
de originalidad y de excelencia!
¡Qué confusión! ¡Babel de las babeles!
¡Gran ciudad!: ¡gran demontre!: ¡gran puñeta!
¡el mundo sobre rieles,
y su desequilibrio en bicicleta!

Los vicios desdentados, las ancianas
echándose en las canas rosicleres,
infamia de las canas,
y aun buscando sin tuétano placeres.
Árboles, como locos, enjaulados:
Alamedas, jardines
para destuetanarse el mundo; y lados
de creación ultrajada por orines.

Huele el macho a jazmines,
y menos lo que es todo parece
la hembra oliendo a cuadra y podredumbre.

¡Ay, cómo empequeñece
andar metido en esta muchedumbre!
¡Ay!, ¿dónde está mi cumbre,
mi pureza, y el valle del sesteo
de mi ganado aquel y su pastura?

Y miro, y sólo veo
velocidad de vicio y de locura.
Todo eléctrico: todo de momento.
Nada serenidad, paz recogida.
Eléctrica la luz, la voz, el viento,
y eléctrica la vida.
Todo electricidad: todo presteza
eléctrica: la flor y la sonrisa,
el orden, la belleza,
la canción y la prisa.
Nada es por voluntad de ser, por gana,
por vocación de ser. ¿Qué hacéis las cosas
de Dios aquí: la nube, la manzana,
el borrico, las piedras y las rosas?

¡Rascacielos!: ¡qué risa!: ¡rascaleches!
¡Qué presunción los manda hasta el retiro
de Dios! ¿Cuándo será, Señor, que eches
tanta soberbia abajo de un suspiro?
¡Ascensores!: ¡qué rabia! A ver, ¿cuál sube
a la talla de un monte y sobrepasa
el perfil de una nube,
o el cardo, que de místico se abrasa
en la serrana gracia de la altura?
¡Metro!: ¡qué noche oscura
para el suicidio del que desespera!:
¡qué subterránea y vasta gusanera,
donde se cata y zumba
la labor y el secreto de la tumba!
¡Asfalto!: ¡qué impiedad para mi planta!
¡Ay, qué de menos echa
el tacto de mi pie mundos de arcilla
cuyo contacto imanta,
paisajes de cosecha,
caricias y tropiezos de semilla!

¡Ay, no encuentro, no encuentro
la plenitud del mundo en este centro!
En los naranjos dulces de mi río,
asombros de oro en estas latitudes,
oh ciudad cojitranca, desvarío,
sólo abarca mi mano plenitudes.
No concuerdo con todas estas cosas
de escaparate y de bisutería:
entre sus variedades procelosas,
es la persona mía,
como el árbol, un triste anacronismo.
Y el triste de mí mismo,
sale por su alegría,
que se quedó en el mayo de mi huerto,
de este urbano bullicio
donde no estoy de mí seguro cierto,
y es pormayor la vida como el vicio.

* * *

He medio boquiabierto
la soledad cerrada de mi huerto.
He regado las plantas:
las de mis pies impuras y otras santas,
en la sequía breve de mi ausencia
por nadie reemplazada. Se derrama,
rogándome asistencia,
el limonero al suelo, ya cansino,
de tanto agrio picudo.
En el miembro desnudo de una rama,
se le ve al ave el trino
recóndito, desnudo.

Aquí la vida es pormenor: hormiga,
muerte, cariño, pena,
piedra, horizonte, río, luz, espiga,
vidrio, surco y arena.
Aquí está la basura
en las calles, y no en los corazones.
Aquí todo se sabe y se murmura:
No puede haber oculta la criatura
mala, y menos las malas intenciones.

Nace un niño, y entera
la madre a todo el mundo del contorno.
Hay pimentón tendido en la ladera,
hay pan dentro del horno,
y el olor llena el ámbito, rebasa
los límites del marco de las puertas,
penetra en toda la casa
y panifica el aire de las huertas.

Con una paz de aceite derramado,
enciende el río un lado y otro lado
de su imposible, por eterna, huida.
Como una miel muy lenta destilada,
por la serenidad de su caída
sube la luz a las palmeras: cada
palmera se disputa
la soledad suprema de los vientos,
la delicada gloria de la fruta
y la supremacía
de la elegancia de los movimientos
en la más venturosa geografía.

Está el agua que trina de tan fría
en la pila y la alberca
donde aprendí a nadar. Están los pavos,
la Navidad se acerca,
explotando de broma en los tapiales,
con los desplantes y los gestos bravos
y las barbas con ramos de corales.
Las venas manantiales
de mi pozo serrano
me dan, en el pozal que les envío,
pureza y lustración para la mano,
para la tierra seca amor y frío.

Haciendo el hortelano,
hoy en este solaz de regadío
de mi huerto me quedo.
No quiero más ciudad, que me reduce
su visión, y su mundo me da miedo.

¡Cómo el limón reluce
encima de mi frente y la descansa!
¡Cómo apunta en el cruce
de la luz y la tierra el lilio puro!
Se combate la pita, y se remansa
el perejil en un aparte oscuro.
Hay az'har, ¡qué osadía de la nieve!
y estamos en diciembre, que hasta enero,
a oler, lucir y porfiar se atreve
en el alrededor del limonero.

Lo que haya de venir, aquí lo espero
cultivando el romero y la pobreza.
Aquí de nuevo empieza
el orden, se reanuda
el reposo, por yerros alterado,
mi vida humilde, y por humilde, muda.
Y Dios dirá, que está siempre callado.

viernes, 4 de junio de 2010





Me tiraste un limón, y tan amargo,
con una mano cálida, y tan pura,
que no menoscabó su arquitectura
y probé su amargura sin embargo.

Con el golpe amarillo, de un letargo
dulce pasó a una ansiosa calentura
mi sangre, que sintió la mordedura
de una punta de seno duro y largo.

Pero al mirarte y verte la sonrisa
que te produjo el limonado hecho,
a mi voraz malicia tan ajena,

se me durmió la sangre en la camisa,
y se volvió el poroso y áureo pecho
una picuda y deslumbrante pena.

sábado, 1 de mayo de 2010

Serrat entona su oratorio a Miguel Hernández El músico abre su gira dedicada al poeta en Elche





JESÚS RUIZ MANTILLA | Elche 24/04/2010

Por la senda del poeta uno encuentra palmeras, piedras y barro. El camino que conducía ayer al Pabellón de los Deportes de la Universidad Miguel Hernández, en Elche, presentaba una metáfora de lo que fue su obra, sus obsesiones. También de lo que le ha costado a Joan Manuel Serrat levantar su nueva gira. Pero allí estaba el músico: "Perdón por el retraso", dijo al despedirse de su público entregado, las 3.000 personas que le recibieron y le despidieron en pie, tras una hora y 40 minutos consagrados exclusivamente al poeta del hambre, la guerra, la cárcel y el aire de Levante.

El retraso al que se refería Serrat fue el que le obligó a posponer casi un mes los conciertos que tenía pensado iniciar antes de que un problema de salud le dejara al cuidado de los médicos. Pero ayer vino a demostrar que ya está repuesto. Con ganas de carretera, escenario y versos.

El espectáculo es sencillo y contundente. No hay concesiones a otra cosa que no sea la voz del poeta. Es un Serrat generoso con Hernández. Un Serrat que se arriesga y deja de lado 40 años de carrera por una causa. Serrat que deja de ser Serrat. No interfiere nunca en la esencia que persigue. Cuando habla, recita Hernández. Cuando canta, nos lo devuelve a la vida.

Es un cantante transmutado en otra voz, en acorde y verso del poeta. Música y narrativa audiovisual al servicio del mero lenguaje y la palabra hernandiana. Pura y simplemente. Profundamente.

Empieza por el final y acaba por el principio este viaje de Serrat hacia Hernández. Llego con tres heridas, la canción que cierra su primer disco, aquel ya mítico de 1972, acompaña su entrada en el escenario. Uno de aquellos, el poema que abre Hijo de la luz y de la sombra, lo cierra. En medio queda todo lo demás.

La poesía desgarrada y certera de Hernández, su canto a la vida en mitad de la miseria, su alerta rabiosa, su pasión esclava y atada al vientre del amor, las rendijas de esperanza, la amistad, la sensualidad, el compromiso.

Conciencia a flor de piel

Quedará el espectáculo que ha zurcido Serrat como una gran oración hernandiana. Quizás como el acontecimiento que más ayude a este centenario. Porque pocos actos se organizarán en las ciudades donde recale en que quede más a flor de piel su conciencia. Parecen olvidadas las trabas absurdas a que le han sometido los administradores de su legado, más después de que la sociedad que lo llevaba haya quebrado. La figura del poeta supera lo miserable de los obstáculos en su lucha para sacar el proyecto adelante.

El resultado es algo serio y hondo. La veteranía le ha dado versatilidad. Le hemos visto ya de todas las formas posibles. Íntimo y divertido, con guiños al monólogo cabaretero, a dúo con algunos de los grandes, acompañado de orquestas sinfónicas. Ahora reaparece entregado completamente a la firma y la inspiración de Miguel Hernández, con elegancia y conciencia, dejando encima del escenario muchas cosas claras.

Nos presentó a Miguel Hernández cuando este país andaba huérfano de sus versos. Ahora lo sumerge en el presente con adaptaciones como El hambre, Uno de aquellos, Hijo de la luz y de la sombra, esa memorable recreación de Las abarcas desiertas. Le aligera con aire mediterráneo en La palmera levantina, Dale que dale, Del ay al ay por el ay, consigue hacer prender emociones de pasado, presente y futuro con las revisiones eficaces del repertorio antiguo.

La gente se emocionó con El niño yuntero, la Elegía a Ramón Sijé, las Nanas de la cebolla. Vibró con Para la libertad, que Serrat se encarga de arropar con aquel viaje de la dictadura a la democracia.

Los músicos le acompañan con delicadeza y eficacia, tanto en el intimismo y la emoción, como cuando entona Serrat Menos tu vientre, como en el grito y la rabia de sus versos.

Proporcionan las chispas que requiere en algunos momentos y se consagran a la espina dorsal y a la comunión hernandiana admirablemente, siempre dirigidos por el maestro Ricard Miralles. Juntos, a la vera de Serrat componen y encadenan la comunión musical de este auténtico oratorio hernandiano.

Retratos tras el consejo de guerra


http://www.elpais.com/articulo/cultura/Retratos/consejo/guerra/elpepicul/20100426elpepicul_5/Tes
Los creadores se refugiaron en el arte para sobrellevar las prisiones franquistas - Una muestra recupera los dibujos en la cárcel de los derrotados republicanos

TEREIXA CONSTENLA - Madrid - 26/04/2010

Ojeroso, con barba de días y uñas de semanas. El retrato de Antonio Buero Vallejo intimida. Tanta adustez tiene disculpa: el dramaturgo, que por entonces aún no era dramaturgo, había perdido una guerra y malvivía entre rejas, al igual que miles de derrotados republicanos. El artista Pedro Antequera le captó con ese aire huraño el 4 de junio de 1939 en la prisión madrileña de Conde de Toreno, donde también Buero Vallejo se refugiaba tras el lápiz. Al final de la guerra, parte de la élite artística que no había huido al exilio coincidió en Conde de Toreno, un antiguo convento donde reinaban las chinches y faltaba el agua. Dormían en el suelo, hacinados. Un gobernador militar lo comparó con "los calabozos de la Inquisición". En semejante antro, estudiar, pintar y crear era una liberación. Miguel Hernández iba a las clases de francés, inglés e historia. Buero Vallejo daba charlas sobre arte y pintaba. Hizo retratos predestinados a ser símbolos, como el de Miguel Hernández. Al dibujante David Álvarez lo inmortalizó poco después de ser condenado por un consejo de guerra.

Antes de coger el fusil y hacerse comunista, David Álvarez (Madrid, 1900-1940) prometía llegar lejos como dibujante. Y al arte volvió para suavizar su final: antes de ser fusilado montó su última exposición en prisión con retratos de carceleros y presos, entre los que figura el de Pedro Antequera (Madrid, 1892-1975) sentado ante unos barrotes. Los tres dibujos (Buero, Álvarez y Antequera) pertenecen a la exposición Retratos desde la prisión, organizada en el Centro Documental de la Memoria Histórica, en Salamanca, a partir de obras realizadas en la cárcel por Pedro Antequera y David Álvarez. Al margen de su valor plástico, el comisario de la muestra, el historiador de arte Mikel Lertxundi Galiana, propone reflexionar sobre las circunstancias. "Fueron una vía de escape que les permitía reconocerse a sí mismos en ese inhumano régimen carcelario. Es creación artística entendida como un refugio".

Entre los 53 retratos de presos figuran el del arquitecto Vicente Eced (Valencia, 1902-Madrid, 1978), coautor junto a Luis Martínez-Feduchi de una de las construcciones más emblemáticas de la Gran Vía madrileña: el Capitol. Nada hay del visionario Eced en el retrato que le hizo Antequera en septiembre de 1940: purgó los galones de capitán republicano con el ostracismo profesional.

Antequera, que colaboró con La Nación y Abc, también dibujó al escritor Félix Urabayen (Ulzurrun, Navarra, 1883-Madrid, 1943) con un libro en las manos, sentado en la que podría ser una enfermería. Urabayen, autor de ocho novelas y colaborador del diario El Sol, había sido amigo de Azaña, Ortega y Gasset y Marañón. Concluida en 1942, su última novela ya no se publicó.

Nadie sabe cuántos creadores acabaron entre rejas. Ni siquiera uno de los pocos estudiosos del tema: el historiador del arte Francisco Agramunt Lacruz. En 2005 publicó Arte y represión en la guerra civil española. Artistas en checas, cárceles y campos de concentración. Agramunt calculaba que fueron encarcelados entre 300 y 400 artistas plásticos, pero desde que publicó el libro ha ido sumando nombres. "Es difícil contarlos, pero el 90% de los artistas republicanos murieron, se exiliaron o fueron encarcelados".

Contra ellos, las autoridades franquistas usaron normas retroactivas que, además de enviarlos a prisión, podía sancionarlos con multas, desposeerlos de sus bienes, inhabilitarlos para cargos o desterrarlos. "Su aplicación convirtió la geografía española en una inmensa prisión", sostiene Agramunt. Las celdas, expone, "en ocasiones se convirtieron en espacios de transferencia artística y un intercambiador de conocimientos y experiencias". Pintaban para evadirse, entretenarse, denunciar y también sobrevivir. Una lata de sardinas o dos cigarrillos bien valían un retrato.

A mi hijo [Poema: Texto completo] Miguel Hernández

Te has negado a cerrar los ojos, muerto mío,
abiertos ante el cielo como dos golondrinas:
su color coronado de junios, ya es rocío
alejándose a ciertas regiones matutinas.

Hoy, que es un día como bajo la tierra, oscuro,
como bajo la tierra, lluvioso, despoblado,
con la humedad sin sol de mi cuerpo futuro,
como bajo la tierra quiero haberte enterrado.

Desde que tú eres muerto no alientan las mañanas,
al fuego arrebatadas de tus ojos solares:
precipitado octubre contra nuestras ventanas,
diste paso al otoño y anocheció los mares.

Te ha devorado el sol, rival único y hondo
y la remota sombra que te lanzó encendido;
te empuja luz abajo llevándote hasta el fondo,
tragándote; y es como si no hubieras nacido.

Diez meses en la luz, redondeando el cielo,
sol muerto, anochecido, sepultado, eclipsado.
Sin pasar por el día se marchitó tu pelo;
atardeció tu carne con el alba en un lado.

El pájaro pregunta por ti, cuerpo al oriente,
carne naciente al alba y al júbilo precisa;
niño que sólo supo reir, tan largamente,
que sólo ciertas flores mueren con tu sonrisa.

Ausente, ausente, ausente como la golondrina,
ave estival que esquiva vivir al pie del hielo:
golondrina que a poco de abrir la pluma fina,
naufraga en las tijeras enemigas del vuelo.

Flor que no fue capaz de endurecer los dientes,
de llegar al más leve signo de la fiereza.
Vida como una hoja de labios incipientes,
hoja que se desliza cuando a sonar empieza.

Los consejos del mar de nada te han valido...
Vengo de dar a un tierno sol una puñalada,
de enterrar un pedazo de pan en el olvido,
de echar sobre unos ojos un puñado de nada.

Verde, rojo, moreno: verde, azul y dorado;
los latentes colores de la vida, los huertos,
el centro de las flores a tus pies destinado,
de oscuros negros tristes, de graves blancos yertos.

Mujer arrinconada: mira que ya es de día.
(¡Ay, ojos sin poniente por siempre en la alborada!)
Pero en tu vientre, pero en tus ojos, mujer mía,
la noche continúa cayendo desolada.

sábado, 17 de abril de 2010

Pablo Neruda y Miguel Hernández: La poesía entre el vino y la sangre, por Manuel Parra Pozuelo

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Las coincidencias ideológicas, estéticas y personales entre Miguel Hernández y Pablo Neruda se inician una noche en el Madrid de 1934 en la que, según dijera Miguel "Nos enfrentamos por primera vez, él con polvo en la frente y en los talones de la India, yo con tierra de barbecho en las costuras de los pantalones. Y me sentí compañero entrañable suyo desde los primeros momentos", y ,atravesando el tiempo y la muerte, seguirán existiendo, tras la desaparición física de Miguel, hasta el final de la vida de Pablo Neruda.

El deslumbramiento de Miguel ante la novedosa concepción de la poesía de Pablo se manifiesta en su Oda entre sangre y vino a Pablo Neruda, y su consideración de compañero y hermano son evidentes en la dedicatoria de su libro El hombre acecha y en el poema Llamo a los poetas incluido en este libro.

1935 fue un año absolutamente decisivo en la vida y en la poesía de Miguel, fue el año en el que entró en contacto con los más importantes poetas de aquel momento, y en el que optó entre las corrientes que propugnaban diversas concepciones de la creación lírica. Miguel dio a la imprenta, al final del año, el libro que supuso su primer y decisivo éxito, El rayo que no cesa, que salió a la luz el día 24 de enero de 1936, con anterioridad un anticipo de este libro, la Elegía a Ramón Sijé y seis sonetos, publicados en la Revista de Occidente en 1935, habían merecido las elogiosas críticas de Juan Ramón Jiménez, que en las páginas literarias de El sol, en Febrero de 1939, invitaba a todos los amigos de la poesía pura a buscar y leer estos poemas vivos.

A pesar de esta entusiasta acogida del pontífice de la pureza poética, Miguel Hernández ya se había posicionado en la otra orilla de la polémica, en la que defendía, desde hacia tiempo, su amigo y compañero Pablo, tal como el mismo propugnaba en uno de los poemas manifiesto publicado la revista Caballo verde para la poesía, en el que afirmaba:"Así sea la poesía que buscamos, gastada como por un ácido por los deberes de la mano, penetrada por el sudor y el humo, caliente a orina y azucena salpicada por las diversas profesiones que se ejercen dentro y fuera de la ley.

Una poesía impura como un traje, como un cuerpo, con manchas de nutrición, y actitudes vergonzantes, con arrugas, observaciones, sueños, vigilias, profecías, declaraciones de amor y de odio, bestias, sacudidas, idilios, creencias políticas, negaciones, dudas, afirmaciones, impuestos."

Miguel Hernández, unos días antes de las elogiosas críticas de Juan Ramón, el día 2 de Enero de 1939, había publicado en el Sol una recesión de Residencia en la tierra, en la que hacia explicita su admiración por el que denomina "un poeta de tamaño de gigante", a cuya voz la define como un clamor oceánico que no se puede limitar, un poeta que ve las cosas con el corazón no con la cabeza, Miguel Hernández afirma odiar los juegos poéticos del sólo cerebro, y querer, por el contrario, las manifestaciones de la sangre y no las de la razón, que lo hecha a perder todo con su condición de hielo pensante.

La oposición entre las ideas de Juan Ramón y las defendidas por Neruda, dieron lugar a en unas acerbas criticas a su obra y a su persona, de la que llego a afirmar :"Siempre tuve a Pablo Neruda por un gran poeta, un gran mal poeta, un gran poeta de la desorganización; el poeta dotado que no acaba de comprender ni explotar sus dotes naturales.

Tiene Neruda mina explotada y por explotar ; tiene rara intuición, busca extraña, hallazgo fatal, lo nativo del poeta; no tiene acento propio ni crítica llena. Posee un depósito de cuanto ha sido encontrado por su mundo, algo así como un vertedero, estercolero a ratos, donde hubiera ido a parar entre el sobrante, el desperdicio, el detrito, tal piedra, cual flor, un metal en buen estado y todavía bello.Encuentra la rosa, el diamante, el oro, pero no la palabra representativa y trasmutadora"

Evidentemente, Miguel, que, en la entrevista publicada en la revista Estampa el 22 de febrero de 1932, afirmaba que el poeta que más le gustaba era Juan Ramón, y esta admiración se refleja en sus primeros poemas, cuando logra la aprobación del maestro, ya tiene otro poeta al que admirar, y su alejamiento del camino de la pureza no vino, como temía Juan Ramón, por lo que denominaba "lo rolaco, lo católico, y lo palúdico"sino por su dedicación a la más impura de las poesías, a la propugnada por el más convencido y peligroso de sus adversarios, por aquel cuyo corazón solo cantaba ente el vino y la sangre.

Con anterioridad a la publicación de la critica de Residencia en la tierra, en mayo de 1935, Miguel Hernández había escrito su Oda entre sangre y vino a Pablo Neruda, en la que, según afirmó Marié Chevalier, es evidente el reflejo de dos poemas nerudianos, el poema número 1 de El hondero entusiasta, y Hago girar mis brazos como dos aspas locas y Estatuto del vino de Residencia en la tierra, sin que pueda negarse la presencia de los dos poemas en la Oda, a nuestro entender, no es sólo la fascinación por Neruda la que le conduce a retratarlo o describirlo con imágenes derivadas de sus propios poemas, sino que la percepción que Miguel tenía de su amigo era coincidente con la que el mismo reflejaba.El poema, de ciento treinta versos, distribuidos en quince a modo de estrofas o agrupaciones vérsales es uno de los más extensos de Miguel . Ya en su introducción, en la que se describe la taberna como el lugar más idóneo para el canto, aparece uno de los escenarios que estará unido indisolublemente a la imagen literaria que Miguel Hernández ha reflejado de Neruda; en Llamo a los poetas de El hombre acecha y en el prólogo de este libro también existen referencias a estos lugares, que efectivamente eran habitualmente visitados por los dos, y es allí donde Miguel cita a Pablo Neruda definiendo este ámbito como deleitoso , tras constatar , en la agrupación estrófica segunda que en él hay un rumor de fuente vigorosa, y un ansia de brotar.

A este lugar, arriba Pablo, cargado de corazón y no de espalda, entre apariencias de océano que ha perdido sus olas y sus peces. La peripecia personal del poeta no era ajena a lo descrito, por una parte, había sido cónsul en exóticos países, en Ceilán, en Batavia y Singapur, y había realizado prolongadas travesías por aquellos mares, por otra, su actitud de abandono dolorido y generoso también estaba presente en su poema El estatuto del vino, incluido en Residencia en la tierra, e incluso los rasgos personales de Pablo que más impresionaron a Miguel se reflejan en esta estrofa, en la que se alude a la comitiva de sonrisas que le acompañaba. En la quinta agrupación estrófica (vv.19-25) finaliza la presentación del mitificado poeta que , mediante una enumeración caótica se retrata ante paredes que chorrean "capas de cardenales y arzobispos/ y mieras , arropias, humedales", que simbolizan aquellos elementos benéficos y cordiales que podrían otorgarle la dulzura.

En la sexta agrupación estrófica (vv.26 a 28) la atención del autor de la Oda se centra sobre él mismo, anticipando sus más continuados y auténticos deseos, los que le han hecho anhelar "siempre, siempre, siempre," habitar en un fondo de mar o en un cuello de hombre, que son coincidentes con lo evocado y nombrado en la voz que le llegaba desde tan alejados ámbitos.

En la agrupación versal séptima, el vino, uno de los elementos simbólicos que dan título a la Oda, acude a la llamada de Neruda y en una imagen visionaria se transforma en un rabo lleno de rubor y relámpagos que nos relame, muy bueno y nos circunda de vasijas llenas de dulces líquidos que el ruiseñor debería beber para hacer su canto aún más bello.

La continuada y caótica enumeración prosigue en la siguiente agrupación en la que los elementos que la integran y simbolizan lo químicamente bello y excitante llegan a nuestra sangre. De la que, en la posterior agrupación versal, , surgen, como consecuencia de la incorporación a la misma de los altos privilegios de la emoción humana, símbolos inequívocamente eróticos expresados mediante reiterados paralelismos que reflejan su incansable actividad," vibra martillos, alimenta fraguas, besos incuban, fríos aniquila", que concluyen con emblemático animal muy próximo a las vivencias personales del autor ,"chivos locos".

El poema adopta una muy precisa temporalización en la siesta, en la que todo, menos la sangre, es tregua y horizonte, mientras vivimos entre avispas coléricas y abejorros tañidos, racimos revolcados, culebras que se elevan, chicharras, aeroplanos, cuchillos afilándose y un diluvio de furia universal.

Es entonces, cuando Pablo Neruda se hace visible y presente para Miguel Hernández, que lo retrata resucitando condes, desenterrando amadas, y cantando y desangrándose, es decir, yendo hacia la muerte, derramando la vida y simultáneamente reflejando el dolorido sentir que el inevitable paso del tiempo provoca.

La que pudiéramos denominar agrupación estrófica doce se dedica a explicitar lo que acompaña al sangrar, si el que sangra se ensimisma y mira más allá de "allases", quizá hacia las legendarias tierras en las que había residido.

Cuando regresa a su intimidad, Pablo Neruda demuestra, desangrándose, la pureza existente al soltar las riendas a las venas y es entonces cuando Miguel Hernández ve en el poeta que llegó de tan lejos, coincidencias de barro, mientras los rebeldes al vino y a la sangre, los boquiamargos y cejijuntos, son santos tristes, o tristes santos que niegan a las venas y a las viñas su desembocadura natural, cuando es la vida la que pasa con sus tetas al aire. Llamamos la atención sobre esta expresión denotadora de lo naturalmente humano, de lo atractivamente sexual , que nos huele a huerta y a campo y de este modo epicúreo y profano fue interpretado por Ramón Sije, en carta enviada a Miguel Hernández, en la que afirmaba: "Nerudismo (¡qué horror!), Pablo y selva, ritual narcisista e infrahumano de entrepiernas, de vello de partes prohibidas y prohibidos caballos."Y, ciertamente, tal como se afirma en estos versos: "Todo entonces es chicharra loca, besos, brazos, cuyo destino es abrazar".

Ya callado y encomendándose al alba, describiendo letras y serpientes Pablo Neruda sale a una tierra (España, Madrid) bajo la que existen yacimientos de toros, toreros y tricornios.

En las palabras con las que Miguel Hernández dedicó a su libro El hombre acecha al admirado poeta que había llegado de tan lejanas tierras escritas cuando la guerra incivil estaba a punto de concluir, reitera los símbolos presentes en la Oda que acabamos de comentar, iniciándose precisamente con el recuerdo de las madrugadas, ya tan lejanas, del Madrid de la casa de las flores. Miguel da cuenta su amigo de sus negros presentimientos y del rosal sombrío que se cierne sobre él, y ve a su alrededor bocas cenicientas, pálidas de no cantar, no reír, resecas de no intergarse al beso profundo, y no podemos menos que recordar aquellos santos tristes de la Oda.

SIn embargo, al final del prólogo, en un voluntarioso ejercicio de optimismo, anticipa y presagia que las tabernas seguirán irradiando el resplandor más penetrante del vino y la poesía.

Por último, reseñar que en el poema Llamo a los poetas, también incluido en El hombre acecha, Pablo Neruda es situado, junto a Vicente Aleixandre, en la primera posición de todos los citados, poniendo así de manifiesto su privilegiada ubicación en el recuerdo y el corazón de Miguel, que junto a ellos se ha sentido menos solo, rodeado también por Antonio, Luis, Juan Ramón, Emilio, Manolo, Rafael, Arturo, Pedro, Juan Antonio y León Felipe, a los que reiteradamente invoca para hablar, junto con Federico, del vino y la cosecha.







Revista de la Facultad de Filosofía y Humanidades, Universidad de Chile ISSN 0717-2869

jueves, 15 de abril de 2010

Mañana arranca la Senda del Poeta 16/04/2010 Marta Garcia

http://www.torrevieja.com/es/vega-baja/orihuela/3776-seda-poeta-miguel-hernandez-orihuela-centenario.html

Juan José Sánchez, director de la Fundación Cultural Miguel Hernández, es en esta especial edición el Senderista del Año. Personas con discapacidad visual participan por primera vez.

Mañana se inicia la Senda del Poeta Miguel Hernández, en el año de conmemoración del centenario de su nacimiento, una fecha que cuenta con homenajes a todos los niveles, y como no podía ser de otra forma desde su tierra natal, con actos como el que mañana toma como inicio el Rincón Hernandiano, desde donde sobre las 11.00 horas partirá desde Orihuela, hasta Alicante, pasando por muchos de los puntos emblemáticos en la vida del Poeta oriolano la ruta que da sentido a gran parte de su vida y de su obra. Del 16 al 18 abril, contamos de nuevo con la senda que ha superado todas las expectativas y es que unos 4.500 senderistas harán su particular homenaje al oriolano más universal, destacando la presencia de parte del equipo de gobierno de Orihuela, como la alcaldesa, Mónica Lorente, la edil de Cultura, Pepa Ferrando o el concejal de Juventud, Jose Manuel Cutillas, así como el Director del IVAJ, Adrian Ballester, la Diputada de Juventud, Asunción Prieto o el propio Senderista del Año, Juan José Sánchez Balaguer.

Según las expectativas destacar que la primera etapa hasta Cox, desde mañana, será la más multitudinaria, ya que congregará a más de 2.000 escolares y estudiantes de Bachillerato, una muestra de la vigencia y vitalidad de la obra de Miguel Hernández entre la juventud.

La Senda es también ejemplo de integración, por primera vez este año en la tercera etapa, en el tramo final desde el Rebolledo a Alicante, harán la senda 30 personas con discapacidad visual de la Organización Nacional de Ciegos de España (ONCE) de Alicante.

Con motivo del primer centenario del nacimiento del poeta Miguel Hernández, se celebran dos ediciones en 2010 de la “Senda del Poeta”. Es una actividad que en los últimos años ha batido todos los récords y expectativas tanto en participación como en difusión de la obra y vida del poeta. La Senda se ha consolidado como una de las citas del senderismo con mayor repercusión cultural, incluso a nivel internacional. Se trata de una actividad para hacer senderismo, de carácter cultural, turístico y medioambiental, que promueve valores tales como la participación y la convivencia intergeneracional dirigiéndose especialmente a los jóvenes.

Tres días de senderismo

La participación en la Senda del Poeta es gratuita y la organización proporciona desayunos, comidas y cenas, así como los refrigerios en las paradas programadas. En el inicio y finalización de cada etapa habrá un punto de información atendido por guías.

Los tickets para las comidas y cenas se entregarán en los puntos de información habilitados cada día. Además, es imprescindible que cada senderista lleve su propio saco de dormir, al menos dos pares de calzado cómodo, calcetines de repuesto y un bastón, así como ropa cómoda y una pequeña mochila de mano con protección solar, gafas y gorra para el sol, un chubasquero, una cantimplora, un neceser de aseo personal, la tarjeta sanitaria SIP y el DNI.

El recorrido se realiza en su totalidad a pie y estará encabezado y guiado por un grupo de monitores-guías que, a lo largo de la marcha, estarán a disposición de los senderistas y les brindarán la información necesaria para que sea lo más agradable posible.

Por otra parte, la Universidad Miguel Hernández otorga tres créditos a los alumnos de la misma que participen en la Senda del Poeta en su totalidad, y cuatro créditos a aquellos que además colaboren como voluntarios con el equipo gestor de la actividad, en funciones como guiado de la marcha, coordinación.

Etapas de la Senda del Poeta

El sendero se realiza en tres etapas. La primera etapa comprende el itinerario Orihuela-Redován-Callosa del Segura-Cox-Granja de Rocamora-Albatera, con un total de 20 kilómetros. La segunda etapa trascurrirá entre las localidades de Albatera-San Isidro-Crevillent-Elche, con un total de 28 kilómetros. La tercera y última etapa partirá desde la Universidad Miguel Hernández, con parada en Rebolledo y finalizará en el cementerio de Alicante, lo que supone un recorrido de 22 kilómetros.

Orihuela, ciudad natal de Miguel Hernández (30 de octubre de 1910) marcó su infancia y juventud de forma decisiva ya que inició estudios en el Colegio Santo Domingo, ayudó a su padre en los trabajos de pastoreo y participó en las reuniones literarias de la Tahona de los hermanos Fenoll, sus primeros poemas y conoció a su futura esposa, Josefina Manresa.

Tras el paso por Redován, localidad donde nació el padre del poeta, se llega a Callosa de Segura y, a continuación, a Cox, donde nacen los dos hijos de Miguel y Josefina, Manuel Ramón y Manuel Miguel. Cox representa la etapa familiar y de compromiso político en la vida de Miguel Hernández. Esta primera etapa del sendero continúa hacia la localidad de Granja de Rocamora y finaliza en Albatera.

La segunda etapa consiste en un itinerario que parte de Albatera a San Isidro. En la localidad de San Isidro permanecieron retenidos en trabajos forzosos un gran número de compañeros de Miguel Hernández en la posguerra española. Posteriormente los participantes en la Senda llegan a Elche, donde Miguel Hernández recibió su primero y único premio literario en marzo de 1931, otorgado por el "Orfeón Ilicitano".

Tras la muerte del poeta, su esposa Josefina Manresa se traslada a Elche con su hijo Manuel Miguel, donde se dedica al trabajo de costura y a velar y proteger el legado del poeta hasta su muerte en 1987. Asimismo, en el Archivo Municipal de Elche se encuentran depositados los manuscritos del poeta oriolano.

En la última etapa, que sale desde la Universidad Miguel Hernández de Elche, se llega a la ciudad de Alicante, donde el poeta murió en la cárcel. Allí redactó sus últimos poemas de “Cancionero y romancero de ausencias” y en las dependencias de la enfermería carcelaria contrajo matrimonio canónico con Josefina Manresa días antes de morir.

En el cementerio de Alicante reposan los restos del poeta en una tumba, donde también se encuentran enterrados su mujer, Josefina Manresa, y su hijo Manuel Miguel.

jueves, 25 de marzo de 2010

El renovado perfil de Orihuela Una exposición descubre los secretos de la ciudad alicantina

CARLOS PASCUAL - 23/08/2003


A través de su herencia religiosa, Orihuela presenta su rostro renovado. Hasta el 28 de diciembre, la muestra titulada Semblantes de la vida galvaniza a la ciudad entera. Es la tercera que organiza la Fundación La Luz de las Imágenes (antes lo hizo en las catedrales de Valencia y de Segorbe). Unos 19 millones de euros ha invertido la Generalitat Valenciana en restaurar obras de arte y edificios. Cerca de 400 piezas procedentes de un centenar de pueblos y 207 conventos o iglesias han pasado por el taller de la fundación en Bétera (Valencia) y se exponen a la mirada pública, algunas por vez primera, ya que estaban confinadas en clausuras conventuales o en colecciones privadas.





El remozamiento ha llegado también a cinco edificios emblemáticos de Orihuela, entre los cuales se reparte la exposición. Ésta sigue un orden cronológico, y se inicia en el palacio episcopal y la catedral, que están vecinos. El palacio barroco de los obispos quedó arrumbado al marchar éstos a Alicante, y sólo era usado para alojar el belén navideño. Con la restauración efectuada podrá albergar en el futuro un museo diocesano de arte sacro. En la muestra actual alberga, entre otras obras, La tentación de santo Tomás, de Velázquez, que pertenece a la catedral. También ésta ha sido limpiada e iluminada para acoger diversos retablos y la sección de Semblantes dedicada a la música.

Otra de las sedes es el Colegio de Santo Domingo, uno de los conjuntos más impresionantes del Renacimiento levantino. Fue universidad de 1610 a 1824 y, con 22 facultades, llegó a competir con la propia Salamanca. El edificio, con dos elegantes claustros, iglesia y un refectorio alicatado con preciosos azulejos del siglo XVIII, alberga actualmente un colegio diocesano y una sección de la Universidad de Alicante, unos 5.000 alumnos en total. La iglesia, rehecha tras un terremoto en 1636, estaba totalmente cubierta por pinturas, ocultas hasta ahora; los propios oriolanos pueden contemplar por vez primera el brillo de colores y oropeles de este templo forrado con lujo palaciego; sobre todo, la capilla del Rosario.
'Salzillos' y 'benlliures'

Las dos sedes restantes son las iglesias de las Santas Justa y Rufina y la de Santiago, ambas góticas. En esta última se exhibe un vídeo explicativo, en la capilla de la Comunión. En la otra se codean muchas piezas maestras: una buena colección de salzillos, varios cuadros de Vicente López, algún benlliure y una breve pero exquisita muestra del escultor levantino del XVIII José Puchol. La propia torre gótica de la iglesia y sus dos fachadas son dignas de tener en cuenta.

Calles y plazas han sido remodeladas, las fachadas se han vestido de colores florentinos, y el caudal magro del Segura ha sido objeto de coquetos ajardinamientos y pasarelas. Orihuela está sencillamente desconocida, deslumbrante.El afán de pulcritud ha envuelto también a la casa de Miguel Hernández, colindante con la sede de Santo Domingo. La casa fue adquirida y restaurada hace unos veinte años; el año pasado se inauguró el flamante Centro de Estudios Hernandianos, que la flanquea por un costado, y en cuestión de semanas estará listo otro centro de exposiciones en el lado opuesto. Pero la casa en sí se conserva tal cual la viera el "poeta en espardeñas", que vivió aquí hasta los 21 años; en el corral sigue el cobertizo de las cabras que Miguel pastoreaba, y la higuera añosa bajo la cual escribía.

Orihuela tiene mucho que ofrecer, además de esta exposición; no en vano es la ciudad más monumental de la provincia. Uno de los museos que asombran es el de la Muralla; al cimentar un edificio nuevo aparecieron viviendas adosadas a la antigua muralla, incluso unos baños árabes. Hay más museos (Arqueológico, de la Reconquista, de la Semana Santa) y palacios, y, por supuesto, iglesias, conventos, y hasta un seminario de fauces barrocas. Pero la densidad clerical está sutilmente desgrasada por vetas de laicismo y mundanidad, bien representadas por el Casino, de retranca liberal, o la joyita del Teatro-Circo, un armazón estrenado en Alicante en 1892 y traído a Orihuela quince años más tarde. No hay que olvidar que el propio Miguel Hernández encarnó bien esa dualidad consustancial: empezó escribiendo autos sacramentales y odas al Santísimo, y acabó concitando, como un huracán, los vientos del pueblo.


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domingo, 14 de marzo de 2010

EUTIMIO MARTÍN Miguel Hernández Más allá del mito





EUTIMIO MARTÍN 07/03/2010

Emprender una biografia no es tarea fácil. El autor francés Pierre Assouline decía que el biógrafo es una mezcla de policía, soplón y barrendero. Esta fórmula es sin duda más llamativa que la subyacente, menos ingeniosa, pero de mayor propiedad: un biógrafo ha de reunir la triple condición de investigador, informador y archivista de documentos, orales y escritos.

El trabajo del biógrafo adquiere consistencia cuando acierta a describir el sentido de una vida. Esto es: si logra conseguir la unidad en la diversidad. Tratándose de Miguel Hernández, parece obvio que todo biógrafo ha de contestar a esta ineludible pregunta: ¿cómo el hijo de un cabrero analfabeto (el padre de Miguel Hernández es incapaz de firmar el certificado de matrimonio), sin haber podido ni siquiera terminar primero de bachillerato, llega a ser un poeta clásico de la literatura española del siglo XX? Y la respuesta se impone: precisamente porque no le dejaron terminar primero de bachillerato, el adolescente Miguel Hernández se insurge contra la imposición paterna (“de padre cabrero, hijos cabreros”) y, consciente de su valía intelectual, rubricada por la cosecha de dignidades en el colegio Santo Domingo, decide ejercer el oficio de poeta. En este irreversible propósito se reafirma cada vez que ha de pasar de largo con sus cabras, por delante de la puerta del colegio, abriéndose camino entre sus ex condiscípulos. Para más inri, las cabras se paran a frotarse el lomo contra el saledizo de la fachada.

El biógrafo va a vivir una vida ajena sobre la que tendrá que evitar la proyección de la suya propia. La impronta autobiográfica del biógrafo de Miguel Hernández es con frecuencia visible en el cariz político que imprime a su texto. Extrema derecha y extrema izquierda han marcado al poeta oriolano con su impronta. Por el lado comunista se destaca el “retrato lírico-vital” del paraguayo Elvio Romero. En Miguel Hernández. Destino y poesía (1958) implanta de manera imperecedera en la hagiografía hernandiana, la estrambótica escena final de un Hernández agonizante, arrastrándose “en medio de la soledad y el silencio” de la enfermería para escribir en la pared: “Adiós, hermanos, camaradas, amigos / despedidme del sol y de los trigos”. Y, como se le hace muy cuesta arriba para enriquecer la ejemplaridad comunista que Hernández no se alistara en las filas republicanas hasta septiembre de 1936, le inscribe en el Quinto Regimiento ya en el verano del 36, antes de irse el poeta a Orihuela.

En cuanto a la recuperación franquista del autor de Viento del pueblo sobresale la primera biografía publicada en España: Miguel Hernández, poeta (1958), obra del jefe de la sección de producción dramática de Radio Nacional de España Juan Guerrero Zamora, según el cual el poeta no fue franquista por ignorancia, ya que no vio “en los ideales de Franco esos mismos ideales de amor, de respeto, en suma: de justicia social que él tenía”. No podía ser por menos, puesto que Hernández “es un hombre radicalmente religioso y –por español– radicalmente cristiano”. En cuanto a su condena a muerte, remacha el clavo: “Fue por exacta justicia por lo que se penó su actuación como se penó”. Seria injusto no votar por la inclusión de Juan Guerrero Zamora en el Guinness de la indecencia intelectual.

De donde se deduce que el trabajo del biógrafo se complica con una ineludible tarea previa de descombro para alcanzar un mínimo de veracidad histórica. Se impone liberar al personaje de los prejuicios y tópicos que coartan, amputan o desfiguran su auténtica dimensión humana. Hay que evitar a toda costa la solución de la facilidad y librar combate contra los prejuicios facilitados a veces por el propio protagonista.

En nuestro caso, esta labor es ímproba. Ha sido el propio Miguel Hernández quien más ha contribuido a levantar el lastimero mito de la pobreza familiar. La identidad equívoca de “pastor de cabras” le sirve de tarjeta de visita debidamente confirmada por un atuendo que más corresponde a un look propagandístico que a una vestimenta consecuente. Lorca no le perdonará que le eclipse en las selectas reuniones del diplomático chileno Carlos Morla Lynch. Hasta la Guerra Civil española no deshará el equívoco: “Sí, soy pastor de cabras, pero de las cabras de mi padre”.

El hecho fue que no sufrió tanto penuria económica como miseria afectiva. Pasemos por alto el cruel desapego de un padre que no asistió a su entierro y que se limitó, como oración fúnebre, a un: “Él se lo ha buscado”. En cuanto pareja, Miguel y Josefina no reeditaron el idilio de Romeo y Julieta. Hernández era un hombre apasionado, con una carga de sensibilidad afectiva y erótica muy intensa. Su novia, víctima de una educación religiosa en extremo constrictiva, y de temperamento muy apocado, no podía corresponderle. Durante la guerra, apenas casados, se metió en casa tras el fallecimiento de su madre y ya no salió de ella. En la época carcelaria no fue a verlo mas que en Orihuela y Alicante. Y en su correspondencia no le ahorró preocupaciones y quejas, incluso de orden doméstico, hasta el punto de tener que recordarle el poeta que quien estaba en la cárcel era él. Es evidente que el asesinato del padre y el calvario del marido no le facilitaban la existencia. Posiblemente no resistió a una depresión crónica ocasionada por tan cruel adversidad. Pero Miguel encajaba difícilmente el hecho de que, a diferencia de sus compañeros de prisión, él no recibiera nunca, fuera de su tierra, la visita de su esposa. Es posible que no tardara Miguel en desengañarse respecto a su compañera. Apenas formalizado el noviazgo, rompió con Josefina cuando se le abrió la perspectiva de otra relación amorosa, y volvió con ella cuando no le quedó más remedio que dar satisfacción a su irreprimible deseo de paternidad.

Quizá el obstáculo mayor que ha de vencer todo biógrafo de Miguel Hernández que se respete sea el que han fabricado las fuerzas vivas intelectuales de Orihuela. No en balde, es la única municipalidad española que ha levantado un monumento al caudillo Francisco Franco tras su fallecimiento. Estos inconsolables huérfanos del dictador no pueden admitir que alguien, que ellos bien conocen, de tan baja extracción social y comunista por añadidura, haya podido escalar por sus propios medios un puesto tan destacado en la lírica española. De aquí la importancia decisiva absurdamente concedida a Ramón Sijé y al sacerdote Luis Almarcha, de quienes consideran hechura la fama de su paisano.

Ramón Sijé no merecía el grotesco trato laudatorio que le han infligido sus hagiógrafos consagrándole como mentor literario de Miguel Hernández para restarle relieve al autor de Viento del pueblo. Ofició eficazmente de padrino para que Perito en lunas tuviera acceso a la imprenta. Era lo que Hernández necesitaba, y le venían anchos los gurús literarios que han pretendido ser Sijé y Almarcha. El primero pensaba servirse del poeta como instrumento lírico para conseguir implantar una política de absurda teocracia. Pero le salió el tiro por la culata porque fue finalmente el amigo “con quien tanto quería” quien se aprovechó de él y lo dejó tirado cuando ya no le era de ninguna utilidad. El contacto con José Bergamín le separó de Ramón Sijé. Y la amistad con Pablo Neruda le alejó definitivamente. Los dos, Sijé y Hernández, hicieron lo imposible por lograr un desclasamiento social acorde con sus innegables dotes intelectuales. A Sijé le aterrorizaba la proletarización que acechaba a su familia, dada la ruina inminente del negocio familiar. A Hernández le repateaban las cabras. Pero Ramón Sijé murió agotado en el empeño, no sin antes haber embarcado a nuestro poeta en un catolicismo fascistoide en el que daba sopas con honda a José María Pemán. Miguel, en justo pago a la ayuda recibida, sacó a su amigo del anonimato elevándole al podio de una elegía antológica.

Respecto al canónigo Luis Almarcha nos parece desacertado convertirle en el chivo expiatorio del asesinato a fuego lento del poeta. No cabe la menor duda de que fue responsable tan importante personaje, aunque no fuera más que por omisión, del prolongado suplicio. Responsable, pero no culpable. Sobre la Iglesia católica en cuanto institución, a cuyo servicio oficiaba con ejemplar dedicación el vicario del obispado de Orihuela, ha de recaer stricto sensu la culpabilidad de la pasión y muerte de Miguel Hernández. Si la Iglesia, a través de su emblemático funcionario Luis Almarcha, consideró que Miguel Hernández había traicionado la confianza y ayuda que se le había dispensado, el agazapado, pero activo, tribunal del Santo Oficio no podía por menos de apoyar la sentencia de condena a muerte que en su lugar dictó y terminó por ejecutar el brazo secular.

Versos para cantar

JOAN MANUEL SERRAT 07/03/2010

No toda la poesía vale para ser cantada.

Cierto que a todo se le puede poner música y que todo puede ser cantado, desde la guía telefónica hasta el manual de instrucciones de un lavavajillas, pero es dudoso que textos de este calado alcancen a conmover a un auditorio como se espera de una buena canción.

Por lo general y salvo excepciones, una buena letra de canción tiene una estructura, un ritmo, una rima, un murmullo que la mece y la transporta mansamente hasta el oído, donde un argumentario manejado con sensibilidad se encargará de acercarla al corazón.

Luego está la música, pero eso ya es otro cantar.

No toda la poesía vale para ser cantada, ni todos los poetas sirven para escribir canciones.

A lo largo de más de cuarenta años de dedicarme a este oficio y de haberlo intentando de maneras varias, incluyendo tentativas de colaboración con plumas contrastadas y brillantes, en alguna ocasión me sorprendió la simpleza de los textos con la que algún reconocido hombre de letras respondió a mis requerimientos de escribir canciones en complicidad. Quizá el vate, convencido de antemano de que la canción popular no pasa de ser un arte menor mas cercano al alfarero que al escultor, cayó en el pecado que denunciaba Antonio Machado: despreciar cuanto se ignora, aunque también cabe la posibilidad de que el buen hombre no supiera hacerlo mejor. Bien sea por lo uno o por lo otro, mi experiencia me reafirma en que de la misma manera que detrás de un buen autor de canciones no hay necesariamente un buen poeta, tampoco al revés o viceversa.

Afortunadamente, también existen García Lorca y Rafael de León y Manolo Vázquez Montalbán y Mario Benedetti, por citar algunos magníficos letristas de canciones por derecho y, al tiempo, buenos poetas como muestra de que entre poesía y canción no media una frontera clara.

A este grupo de poetas manifiestamente musicales corresponde Miguel Hernández. Versos de rima clara y cadencioso ritmo que vienen de fábrica con la música puesta. Poesía escrita para ser cantada.

La mejor prueba de ello es que somos muchos los que con más o menos acierto, con mayor o menor fortuna, nos hemos atrevido a musicar y cantar sus versos, y diría yo que con el beneplácito del autor.

No me parece a mí que se le hubieran caído los anillos escuchando sus versos hechos canción a quien en el prólogo de Viento del pueblo insiste en que los poetas debían estar en el aire y pasar soplados a través de todos los poros. Probablemente no hubiese estado de acuerdo con muchas de las músicas con las que unos y otros hemos envuelto sus poemas, pero sin duda no le hubiera resultado ajena la peripecia.

De hecho, en vida del poeta, Lan Adomian, judío neoyorquino nacido en Ucrania integrante de la Brigada Lincoln, les puso música a algunos de sus poemas con su visto bueno y activa complicidad, y se sabe que trabajó en un himno oficial para la II República que debería haber sustituido al de Riego.

Si no le hubiera gustado que sus poemas olieran a canción, no existiría una Canción del esposo soldado, ni una Canción primera, ni una Canción última.

Titular un libro como: Cancionero y romancero de ausencias indica claramente que concebía esos versos como algo coral, musical y compartido.

Buena parte de sus obras de teatro incluyen pasajes explícitamente escritos como canciones en los que, junto a otras acotaciones, se indican los instrumentos que debían acompañarlos y donde coros como los de vendimiadoras y vendimiadores de El labrador de más aire recuerdan a los que suelen gastarse en las zarzuelas.

Otro ejemplo son las conocidas Nanas de la cebolla, escritas como seguidillas y que envía a su mujer diciéndole: “Ahí te mando coplillas.

Quien ensayó todo un abanico poético, desde la octava real hasta el soneto y el alejandrino, termina apostando por canciones al modo popular.

Como Miguel Hernández, creo en el placer de cantar, de cantar por el gusto de cantar, así como también creo que la canción es un buen modo de difundir la voz de los poetas, aunque confieso que ésa no ha sido nunca la razón que me ha movido a ponerles música. Si algo me ha llevado a hacerlo ha sido el descubrir en versos ajenos aquello que yo quería decir y de la manera en que el otro lo dijo. El resultado de toparme con versos que cantan y que me hicieron cantar con ellos.

Es difícil sustraerse a la simpatía que genera ese hombre que, como dice José Agustín Goytisolo: “Nace, escribe, muere desamparado”, pero, por encima del cariño a la persona y al ideario de Miguel Hernández, han sido la contundencia de su poesía, su vigencia y sobre todo su musicalidad las que me ha empujado a proponer una segunda entrega de sus versos hechos canciones, que, bajo el título de Hijo de la luz y de la sombra, supone una prolongación y también un complemento del trabajo que apareció en 1972.

Aventando sus versos, redondos y frescos como si hubieran sido escritos ayer y aquí, me uno a la celebración del centenario de su nacimiento y rindo un fraternal homenaje al poeta, al niño cabrero, al amigo desgajado, al amante exiliado, al padre huérfano, a la víctima de las cárceles de la dictadura, al hombre que cada vez que colgaba al sol los sueños, la vida le dejaba carbón, pero también me rindo homenaje a mí y a todos y cada uno de nosotros.


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ANTONIO MUÑOZ MOLINA Miguel Hernández Nacido para el luto

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ANTONIO MUÑOZ MOLINA 07/03/2010

A Miguel Hernández todo le pasó en un tiempo muy breve, pero su vida es una larga cadena de esperas. Habría que sustraer, de los pocos años que vivió, todas las horas, los días, los meses que se pasó esperando algo, desesperando de que no llegara, enviando peticiones de ayuda a personas siempre mejor situadas que él que no tenían el tiempo o las ganas de contestar a sus demandas. Otros disfrutaban el resguardo de una posición social o de un privilegio literario o político: Miguel Hernández se supo siempre a la intemperie, en la paz y en la guerra, en la literatura y en la vida, en la cárcel y en la cercanía de la muerte. Esperó tanto, hasta el final, que los últimos días de su vida los pasó esperando a que lo trasladaran a un sanatorio antituberculoso, que le trajeran a su hijo para poder verlo por última vez.

Escribía cartas y aguardaba respuestas con expectación angustiada: cartas a su novia, Josefina Manresa; cartas a los amigos, a los que pedía favores apremiantes, dinero prestado, influencias; cartas a los poetas célebres, a los que asediaba con una mezcla de orgullo insensato y tosco servilismo; cartas desde la cárcel, en los últimos años de su vida, solicitando avales políticos, gestos de clemencia, noticias sobre el hijo demasiado pequeño y demasiado frágil que tal vez acabaría teniendo el mismo destino del hijo anterior, muerto a los 10 meses, amortajado con los ojos abiertos, con el mismo gesto atónito que se le quedó a él mismo cuando velaban su cadáver: unos ojos muy grandes, desorbitados por la enfermedad de la tiroides, sobre cuyo color exacto no hay acuerdo entre los testimonios de quienes lo conocieron. Qué podemos saber de verdad sobre la vida de alguien que murió no hace tanto, en 1942, si los testigos ni siquiera concuerdan en el color de sus ojos: Miguel Hernández los tenía verdes y muy claros, o muy azules, resaltando más en su cara morena; o los tenía pardos, según dice uno de sus biógrafos, Eutimio Martín, aportando la prueba de su ficha militar y la de su filiación de prisionero.

Lo que atestiguan sin duda las fotografías es el tamaño y la expresión de los ojos, la atención fija en todo, la mirada de una desarmada franqueza que es todavía más visible en el dibujo que le hizo Antonio Buero Vallejo en la cárcel. Fue ese dibujo el que convirtió a Miguel Hernández no en un hombre real, sino en un icono reverenciado de algo, de muchas cosas, demasiadas, cuando lo veíamos reproducido en los pósters del antifranquismo, en nuestras galerías de retratos de la resistencia, junto a Lorca, junto a Antonio Machado, tal vez también junto a Salvador Allende, Che Guevara, Dolores Ibárruri. En ciertos bares, en ciertos pisos de estudiantes, la cara y la mirada de Miguel Hernández formaban parte de un paisaje visual que también incluía las reproducciones del Guernica. Era difícil pensar entonces que aquel retrato hubiera sido el de un hombre real, no un santo laico ni un mártir ni un símbolo, un hombre, además, que si hubiera vivido no sería entonces muy viejo, porque había nacido ya bien entrado el siglo, en 1910.

Estremece siempre hacer las cuentas de su edad: con 22 años hizo su primer viaje a Madrid y publicó su primer libro de poemas; no había cumplido 26 cuando logró por primera vez la maestría indudable de El rayo que no cesa; tres años después, la guerra ya perdida, entró por segunda vez en la cárcel y no volvió a salir de ella. Pero la rapidez de todo se vuelve más asombrosa cuando contrastamos la altura de sus logros mejores con su punto de partida. Hacia 1937, Miguel Hernández empezó a escribir poemas con una voz y un despojo que no se parecen a nada en la literatura española, y muy poco antes había alcanzado ya un dominio de lenguaje y de las formas poéticas en el que estaba comprimida por igual la disciplina de la tradición clásica y la libertad del surrealismo: pero sólo unos años atrás, a finales de los veinte, su horizonte poético era todavía el de la retórica averiada de los juegos florales, cuando no el todavía más horrendo de la poesía entre sentimental y rústica en dialecto comarcal, muy imitada, de Gabriel y Galán. El mismo hombre que publica en 1937 la Canción del esposo soldado había presentado en 1931 un Canto a Valencia a un concurso oficial en dicha provincia, en el que, bajo el lema Luz�Pájaros�Sol, se sucede una catarata de versos que incluye el siguiente pareado: Con emoción agarro?/ el musical guitarro.

Tenía desde que encontró su vocación, en la primera adolescencia, la desvergonzada capacidad de mimetismo de los grandes autodidactas, el amor agraviado por el saber de quien fue apartado demasiado pronto de la escuela. Una leyenda que él mismo se ocupó de alimentar ha exagerado la pobreza de sus orígenes, y contribuido fatalmente al malentendido paternalista y populista que hace de él un talento rústico, una especie de diamante en bruto. Es verdad que Miguel Hernández dejó la escuela a los 14 años y se puso a cuidar cabras, pero las cabras pertenecían a los rebaños de su padre, que era un hombre de cierta posición. Más que la pobreza, lo que debió de herirlo cuando tuvo que abandonar la escuela fue la vejación de verse a sí mismo pastoreando cabras mientras otros con menos inteligencia natural que él continuaban en las aulas; también la sinrazón de una brutal autoridad paterna que no por ser propia de la época era menos hiriente para su espíritu innato de rebeldía y de justicia. El padre despótico veía la luz encendida a altas horas de la noche en el cuarto del niño lector y lo castigaba a correazos y a patadas (20 años después su hijo estaba muriéndose de neumonía y tuberculosis en la prisión de Alicante y no se molestó en visitarlo).

Pero se marchaba el padre y Miguel Hernández volvía a encender la luz y recobraba el libro escondido, muy usado, alguno de los que encontraba en la biblioteca pública o en la de un sacerdote de Orihuela, el padre Almarcha, que empezó siendo su protector y fue luego uno de sus muchos verdugos. Leía de noche a la poca luz de una bombilla o de un candil, y cuando salía con las cabras llevaba el libro escondido en el zurrón y seguía leyendo, devorando toda la poesía española que encontraba, la buena y la mala, lector omnívoro a la manera de los autodidactas que no tienen más guía que su propio entusiasmo, originado quién sabe dónde. Nada de lo que a otros les estuvo siempre asegurado fue fácil para él: nada de lo más elemental, el papel, la pluma, la tinta, la mesa. Escribía versos en papel de estraza con un cabo de lápiz. Quería escribir y no tenía dónde apoyarse. Una piedra, el lomo de una cabra. Hay que leer sus poemas juveniles para darse cuenta de la penuria estética de la que partió, de la clase de talento y de furiosa voluntad que le fueron necesarios para sobreponerse a limitaciones invencibles. Entre la retórica mal digerida de la poesía barroca y de los atroces versificadores tardorrománticos y tardomodernistas, en esos poemas aparece un fogonazo de realidad observada de cerca, de naturaleza y vida animal y exasperación humana de soledad y deseo: Miguel Hernández, pastoreando cabras, copia laboriosamente los lugares comunes más decrépitos de la poesía pastoril, pero le sale de pronto una desvergüenza sexual campesina, una claridad expresiva que con el paso del tiempo será uno de los rasgos más originales de su voz poética, el arte supremo de hacer literatura llamando a las cosas por su nombre.

Tampoco tuvo vergüenza para medrar cuando le fue necesario: para cultivar un personaje que al despertar simpatías le beneficiaba en sus propósitos, pero también lo hacía vulnerable a la condescendencia, bienintencionada o malévola. Empezó jugando a ser el "pastor poeta" del primitivismo pintoresco, y en la sociedad literaria de Madrid en vísperas de la guerra siguió siendo, entre hijos de buena familia con inclinaciones izquierdistas, damas de sociedad y diplomáticos, el campesino moreno y exótico, el inocente y bondadoso que llevaba alpargatas y pantalón de pana que podía ser entrañable, pero no siempre era invitado a las reuniones de buen tono. Miguel Hernández, que persiguió con calculada adulación y sincero fervor a tantos de sus contemporáneos -la adulación y el fervor, en su caso, eran compatibles-, quizá no tuvo entre los literatos de Madrid ningún amigo de verdad salvo Vicente Aleixandre. En la intemperie de su vida había una soledad que no aliviaba nadie: Ya vosotros sabéis / lo solo que yo voy, por qué voy yo tan solo. / Andando voy, tan solos yo y mi sombra. Provocaba incomodidad, cuando no abierto rechazo. Rafael Alberti en verso y María Teresa León en prosa le atribuyen sin demasiados eufemismos un olor poco adecuado para las cercanía sociales. García Lorca no se presentaba en una casa si sabía que Miguel Hernández estaba en ella. Llamó por teléfono a Aleixandre con la intención de ir a visitarlo, y al enterarse de la presencia de Hernández no se contuvo: "Échalo".

De todo aquel grupo, sólo él conoció de primera mano el trabajo manual, sólo él pasó hambre al llegar a un Madrid en el que se le cerraban todas las puertas y en el que daba vueltas por las calles con el estómago vacío y con una carpeta de versos mecanografiados bajo el brazo, esperando a ser recibido por alguien importante, esperando a que apareciera en un periódico una entrevista prometida, a que le llegara un giro con algo de dinero que le permitiese prolongar un poco más la espera. Llegó la guerra y también fue él quien la conoció de cerca y de verdad, por decisión propia. Para entonces había empezado a disfrutar algo de lo tanto tiempo esperado, la visibilidad que le trajo la publicación de El rayo que no cesa, celebrado públicamente nada menos que por Juan Ramón Jiménez en el diario El Sol, lo cual equivalía a una consagración. En la guerra, Miguel Hernández entra en posesión de todas sus mejores facultades como poeta y como militante político, pero también en eso lo acompañan el malentendido y la leyenda, la dificultad de encajar en los estereotipos de nadie. Su evolución política no es menos chocante que la rapidez de su maduración literaria: en 1935 aún escribía poemas y conatos de autos sacramentales influidos por el catolicismo entre místico y fascista de su amigo Ramón Sijé; en septiembre de 1936 es miembro del Partido Comunista y cava trincheras recién alistado en el Quinto Regimiento. Pero tampoco cuadra, ni física ni metafóricamente, en la fotografía canónica de los poetas comprometidos con la causa republicana: vive con los soldados en los frentes, no en los despachos de la Alianza de Intelectuales. Y cuando en 1939 todo se derrumba, él se queda vagando en la intemperie de Madrid mientras casi todos los demás encuentran el camino del exilio. No hubo plaza en ningún avión ni pasaporte de última hora para quien había puesto su vida entera, su nombre y su literatura al servicio de la República; para quien no podría esperar clemencia de los vencedores ni tampoco esconderse en el anonimato.

Demasiado inocente o demasiado aturdido por la derrota, elige la peor huida posible y va a meterse él solo en la boca del lobo. Como Lorca buscando refugio en Granada, Miguel Hernández regresa con cabezonería suicida a su pueblo y a la cercanía de su mujer y su hijo, y en septiembre de 1939, ni siquiera con 29 años cumplidos, cae en la red de las cárceles y los procesos sumarísimos para no salir ya nunca. Nadie mejor que los paisanos y los convecinos de uno para abatirlo a traición con la quijada de Caín. El trato que recibe de los vencedores -civiles, militares, eclesiásticos- revela la catadura de un régimen construido expresamente sobre la venganza de clase. Miguel Hernández es el retrato robot del vencido, el enemigo perfecto.

Pero su martirio real no nos exime de la necesidad de mirar su figura completa como escritor y como hombre, que es mucho más rica que todos los estereotipos levantados sobre ella. Vivió en su tiempo, no en el nuestro. Hizo poemas a la Virgen María y también los hizo a Stalin. Cuando la cultura predominante en España era la antifranquista, Miguel Hernández fue elevado a un altar en el que convenía que destacara la parte más combativa de su obra, el estatuto de poeta voluntariamente popular que él asumió con todas las de la ley en los años de la guerra y que culmina en Vientos del pueblo; también, aunque en menor medida, en El hombre acecha, donde tan visible como la militancia política es el desaliento por la carnicería y la destrucción que ya duran demasiado, el puro espanto ante lo peor de la condición humana: Se ha retirado el campo / al ver abalanzarse / crispadamente al hombre.

Pero en la ansiosa modernidad de los años ochenta, de pronto, ya no había sitio para Miguel Hernández: los mismos rasgos que habían contribuido a su consagración ahora lo volvían anacrónico. En un país donde no hay actitud intelectual más celebrada que el desdén, nada era más fácil de repente que desdeñar a Miguel Hernández: había que ser cosmopolitas, y él resultaba demasiado autóctono; neuróticamente urbanos, y Hernández parecía demasiado rural; adictos a las modas capilares e indumentarias, y él permanecía congelado en su cabeza rapada y sus ropas de pana. En una época, los años ochenta, en la que estaba de moda despreciar con un mohín a Antonio Machado, Miguel Hernández tenía algo de antigualla embarazosa. No era un poeta: era una letra de canción anticuada.

Quizá ahora estamos en condiciones de mirarlo como fue y de leer de verdad su poesía, más allá de los pocos poemas que algunos recordamos todavía, los que se hicieron célebres en la resistencia y en la primera transición. El trabajo acumulado de los biógrafos -Agustín Sánchez Vidal, José Luis Ferris, Eutimio Martín- nos permite un conocimiento sólido de una vida demasiado breve y mucho más rica en pormenores y resonancias que cualquier estereotipo: la vida no de un inocente, ni de un buen salvaje exótico, ni la de un santo, sino la de un hombre que sobreponiéndose a circunstancias terribles logró hacer de sí mismo aquello que soñó desde que era un chaval pastoreando cabras: un poeta y un hombre en la plenitud de su albedrío.

En una literatura tan pudibunda y tan temerosa de lo sentimental como la española, él escribió sin reparo sobre el deseo sexual, sobre su ternura masculina de esposo y de padre. Su mejor poesía política conserva una fuerza de belleza y rebeldía que la hace muy superior a la de Neruda. Neruda no habría escrito jamás, por ejemplo, El tren de los heridos. Le faltaba empatía verdadera hacia los seres humanos, y no había compartido sus padecimientos. Neruda se declaró siempre maestro de Hernández, y sin duda lo fue en algún momento, pero yo tengo la sospecha de que el Canto General le debe a Vientos del pueblo mucho más de lo que el propio Neruda habría estado dispuesto a reconocer. En Miguel Hernández lo más íntimo y lo más político, la emoción privada y la arenga pública, se conjugan más estrechamente que en ningún otro poeta. Y en el Cancionero y romancero de ausencias, la hondura y el despojo provocan un estremecimiento que es el de las cimas más solitarias de la literatura, el del Libro de Job y las Coplas de Jorge Manrique y François Villon y Fray Luis de León y la Balada de la cárcel de Reading y Antonio Machado. Toda retórica ha sido abolida, todo rastro de amaneramiento. Los versos tienen a veces una impersonalidad desnuda de poesía popular, de letra flamenca o de romance antiguo; en ellos se nota la doble sombra triste de Machado y de Lorca, los otros dos poetas aniquilados por la guerra: Písame,/ que ya no me quejo./ Ódiame,/ que ya no lo siento./ No me olvides/ que aún te recuerdo/ debajo del plomo/que embarga mis huesos.

Demasiado viene durando ya la espera. Ahora que va a hacer un siglo que nació ha llegado el tiempo de leer a Miguel Hernández.