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Miguel Hernández, la dignidad de un poeta sobre papel higiénico
Publican los cuentos que escribió desde la cárcel en este material con motivo de la exposición de la Biblioteca Nacional que conmemora su centenario
La literatura, como la vida, tiene sus paradojas. Miguel Hernández, preso en la cárcel de Alicante, con la tuberculosis carcomiéndole los pulmones y desesperado por la derrota de sus ideales en la guerra civil, escribía a su hijo unos cuentos sobre el único papel que tenía a mano: el papel higiénico de la enfermería. En total escribió cuatro relatos de esa precaria manera. “Son metáforas de la libertad”, explica José Carlos Rovira, experto en la obra del poeta oriolano. Dos de ellos, Un hogar en el árbol y La gatita Mancha y el OvilloRojo, no se habían editado nunca hasta ahora. La Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales (SECC) ha puesto fin a esa laguna, con una edición facsímil de ese testimonio de rebeldía frente a la clausura impuesta. Lo ha hecho con motivo de la exposición instalada en la Biblioteca Nacional, que conmemora el centenario de su nacimiento (el 30 de octubre de 1910) y que lleva por título La sombra vencida, tomado de uno de sus versos (Pero hay un rayo de sol en la lucha / que siempre deja la sombra vencida).
Así pues, esas letras furtivas -aunque de trazo legible y claro-, escritas a salto de mata sobre un material tan indigno, hoy, al cabo de casi siete décadas del desastre, son la pieza de mayor relumbrón de la muestra inaugurada esta mañana en la sede de la institución encargada de velar por nuestro patrimonio bibliográfico. Al acto ha asistido María Teresa Fernández de la Vega , la vicepresidenta del Gobierno. En su intervención se atrevió a recitar unos versos del poeta: “Dejadme la esperanza, dejadme la esperanza cuando el odio se amortigua detrás de la ventana...”, para añadir acto seguido que “sobre esa esperanza a la que cantó nos despojamos de la España doliente encerrada y ensimismada y nos convertimos en un pueblo con las mismas ilusiones que las democracias mas avanzadas de nuestro planeta". Además, De la Vega anunció que en el próximo Consejo de Ministros el Ejecutivo aprobará la creación del Premio Nacional de Poesía para Jóvenes Miguel Hernández. Por su parte, Ángeles González-Sinde, ministra de Cultura, destacó la supervivencia de su obra gracias a que sus lectores “no consintieron nunca que la borrasen”.
De esa obra y también de su vida, tan fundidas la una con la obra en el caso del autor de Perito en lunas, da cuenta la exposición de la Biblioteca Nacional. Su comisario, José Carlos Rovira, las ha dividido en cuatro etapas. La primera refleja su niñez, con diversas fotografías del parvulario Nuestra Señora de Monserrate y de las escuelas para pobres del Ave María y con libro con de sus calificaciones escolares. Su formación quedó truncada por el designio paterno de involucrarlo cuanto antes en las tareas del campo. A los 15 años tuvo que dedicarse al pastoreo, pero siguió cultivando su pasión por la literatura de forma autodidacta. La figura del canónigo Luis Almarcha fue clave en la perseverancia de la lectura pues le prestaba los libros de su biblioteca. En ese tiempo se acuñó el mito que le acompañaría ya para siempre, el del poeta-pastor. Miguel Hernández nunca rechazó esta etiqueta. Incluso llegó a escribir: “Leer y hacer versos e inclinarse sobre la tierra, o sobre las cabras, son la misma cosa”.
Luego vino Madrid (segunda escala de la exposición). “Esta ciudad es fundamental para él, porque cambia su manera de escribir al entrar en contacto con la vanguardias artísticas”, explica Rovira. En la exposición está la maleta desgastada que utilizó para el viaje hacia su sueño de ser un poeta con todas las consecuencias. Pero los comienzos en la capital fueron muy duros. Hambre, pobreza y frió mermaron su vocación por un tiempo, hasta que Neruda y Aleixandre relanzaron su figura. En la Biblioteca Nacional pueden verse algunas primeras ediciones de sus poemarios Perito en lunas (1933) y El rayo que no cesa (1936), aliñados con pinturas de Maruja Mallo, Ramón Gaya, Gutiérrez Solana...
Entonces estalló la guerra y Miguel Hernández no quiso esconderse en la retaguardia. Podemos ver su ficha de alistamiento al célebre 5° Regimiento. También se afilia al Partido Comunista. Batalla en Madrid, Andalucía, Extremadura... Con fervor y confianza al principio, arengando a sus compañeros en el frente. Viento del pueblo (1937) recoge ese sentimiento de rabia contra fascismo y esperanza en la victoria. Pero los acontecimientos poco poco le van arrebatando la fe en el triunfo. El hombre acecha, escrito en los últimos compases del conflicto civil, trasluce ya de manera manifiesta su pesimismo. De estos días de trinchera y desvelos queda un documento de valor incalculable, milagrosamente conservado por su mujer, Josefina Manresa. Son los manuscritos del Cancionero y romancero de ausencias. Ver esos escritos, tan de cerca, con toda la carga dramática de historia política y literaria que poseen, es una experiencia emocionante.
Intentando huir de la represión es detenido al sur de Portugal. Empieza ahí su calvario por distintos penales de toda la península (cuarta y última etapa). En la Biblioteca Nacional se exhiben el puchero y el cuenco con el que le pasaban la comida sus familiares. De poco sirvieron sus atenciones. El cerrilismo de sus carceleros impidió que se le diera la asistencia sanitaria debida para su enfermedad y poco a poco toda su ansia vital se fue marchitando entre los barrotes de su celda. La poca fuerza que le quedaba la utilizó para garabatear unos trozos de papel higiénico. Se acordaba de su hijo y sólo así podía estar cerca de él. Tristes guerras, tristes, tristes.
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