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Escrito por Ignacio Gracia Noriega el 4/17/10 • En la Categoría Saberes
Miguel Hernández.
Miguel Hernández y Luis Rosales, ambos nacidos en 1910, son dos poetas señalados por la guerra de 1936-39, en la que ambos participaron desde frentes distintos. Para Miguel Hernández, la guerra significó el principio del fin, y para Rosales el principio de larga trayectoria literaria que incluye el ensayismo y la crítica literaria. A Miguel Hernández le afecta directamente la gran tragedia de la guerra, a Rosales le salpica la tragedia de otro poeta, Federico García Lorca.
A comienzos de 1936, Miguel Hernández era un poeta hecho. Había tenido que trabajar la tierra en su juventud y había sido pastor de cabras, lo que incrementó su leyenda de manera muy favorable. Publica sus primeras composiciones en un periódico de Orihuela el año 1932 y colabora después con Ramón Sijé en El Gallo Crisis. Al trasladarse a Madrid en 1934 es acogido por el mundo literario (Aleixandre, Bergamín, Neruda, José M.ª de Cossío, etcétera), como un elemento exótico. Se le abren las puertas de la revista Cruz y Raya y se da a conocer en la capital con el auto sacramental Quién te ha visto quién te ve o Sombra de lo que eres, que confirma la excelente impresión causada por su primer libro de versos, Perito en lunas, publicado en Murcia en 1933.
Por el título podría suponerse un poeta lunar, a la manera de Jules Lafargue o del argentino Lugones; mas, sorprendentemente, este poeta pastor emplea métrica renacentista y elocuente retórica barroca, y son claras en él las influencias de Garcilaso y Góngora. El contraste entre el verso y su contenido se manifiesta con mayor evidencia en su libro siguiente, El rayo que no cesa, de poderosa influencia sobre la poesía posterior. Parece un contrasentido, pero este poeta elemental se expresaba como un clásico. A ello contribuyeron sus lecturas: José M.ª de Cossío, que por entonces preparaba su monumental y enciclopédica obra sobre los toros, le encomendó que rastreara elementos taurinos en la poesía de los siglos XVI y XVII. La oposición entre el conceptismo y el culteranismo no era sólo literaria: también se manifestaba en otro tipo de incompatibilidades, Góngora taurófilo, Quevedo antitaurino.
Con la guerra este poeta sonoro y visual se vuelve a lo que aspiraba ser en aquellas dramáticas circunstancias, el poeta del pueblo y para el pueblo, que cambia el soneto por el romance, el cayado de pastor por la pistola, ser poeta por ejercer de comisario político. Son los tiempos de la poesía de combate de Viento del Pueblo, a la que seguirá la elementalidad de las Nanas de la cebolla, pura emoción y congoja de lirismo fino como el aire y recio como la tierra.
Miguel Hernández fue uno de los tres poetas víctimas de la Guerra Civil y formó trío con García Lorca, el fusilado, y Antonio Machado, el desterrado. Murió en la cárcel de Alicante de tuberculosis en 1942. Otros poetas del otro bando también fueron asesinados o encarcelados, pero a éstos no se los recuerda, ni antes ni ahora. Hernández tuvo un gran prestigio; luego, cuando dejó de ser utilizado como bandera contra la dictadura, se dejó de hablar de él. Luis Rosales había formado parte, como Hernández, del grupo de Cruz y Raya. Publica su primer libro en 1935: Abril. En julio de 1936 se encontraba en Granada, que era donde no debería haber estado García Lorca, el cual ante el aspecto que cobraban los acontecimientos se refugió en casa de los Rosales. Aunque éstos militaban de manera decidida en el bando nacional, no pudieron salvar la vida del poeta, cuya muerte cayó como una losa sobre Rosales.
El poeta y su familia están libres de toda culpa, aunque en algún momento se insinuaron maliciosas sospechas. La vida de Rosales queda vinculada a la muerte de Lorca como una tragedia más de aquella guerra atroz. Poetas muy distintos y excelentes poetas, Miguel Hernández y Luis Rosales debieran ser recordados por sus obras respectivas. Sobre estas obras planeó el negro fantasma de la guerra. Esperemos que con motivo de sus centenarios respectivos se vuelva a leer la poesía de ambos sin referencias históricas. Es algo que merecen uno y otro, el exaltado verso de Hernández, el cotidiano verso de Rosales.